¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Escribí aquí hace poco que a Susana Díaz, en su proceso inexorable de jubilación como líder del socialismo andaluz, sólo le quedaba una guardia menguante de pretorianos. Que irá menguando aún más conforme los acontecimientos se precipiten. Es una ley no escrita de la vida de los partidos políticos: el que pierde se siente solo y traicionado por los que creía más leales. La lealtad al partido, el instinto de supervivencia y el interés personal se alían explosivamente contra cualquier pulsión ética de fidelidad personal. Va en la condición humana.
Lo normal es que los interesados sean los últimos en darse cuenta de que la desafección crece a su alrededor como una hiedra insaciable. Esta semana hasta tres secretarios provinciales del PSOE andaluz se han pronunciado a favor de un relevo en el liderazgo del partido (o sea, en la secretaría general y en la candidatura a la Junta, dos por uno). A María Luisa Faneca, la mujer de Pedro Sánchez en Huelva, se han unido el influyente secretario de Jaén y el de Granada. Son la punta de lanza orgánica de un descontento más generalizado cuya base no es otra que la pérdida del poder autonómico protagonizado por Susana. Es la clave de todo lo que está pasando.
Hace más de treinta años -o sea, en la prehistoria- fui uno de los periodistas que pudo escuchar, desde el soberado de un salón de hotel, las críticas demoledoras de los delegados guerristas a José Rodríguez de la Borbolla, secretario general y presidente de la Junta, que les había arrebatado el poder (el congreso era entonces a puerta cerrada). A Pepote el guerrismo le ofreció dejarlo como presidente de Andalucía, pero bajo el control estricto de una ejecutiva al servicio de Alfonso (liderada por Carlos Sanjuán). Pepote no aceptó la división de poderes, y perdió las dos cosas.
Ahora, con Susana, no ha lugar a la desconcentración. El sanchismo es implacable y desconoce la hipocresía: Susana debe irse renunciando a las dos ambiciones que más la colman: el liderazgo del partido y la candidatura que nutre su sueño de recuperación de la Junta. A lo más que puede aspirar es a un premio de consolación, un cargo institucional de alto nivel, que la aleje de Andalucía y de toda posibilidad de retorno. Una jubilación dorada a los cuarenta y pico años.
Tendrá que pensárselo bien antes de seguir enfrascada en una batalla perdida, al frente de un ejército menguante y con el goteo constante de desafectos que sólo responden al legítimo afán de sobrevivir.
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