¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Crónica personal
TENDRÍA buena voluntad, pero Iñaki Urdangarín no preparó bien su defensa. No estaba en las mejores manos, Pascual Vives nunca se expresó con la contundencia que se supone a un buen abogado y navegaba por las aguas procelosas de la tibieza cuando era materialmente asaltado por los periodistas.
En su comparecencia ante el tribunal, Iñaki Urdangarín ha provocado dudas al no conocer la respuesta a la mayoría de las preguntas que le formulaban y, sobre todo, y es lo más llamativo, al no encontrar el tono de firmeza adecuado para defender a su esposa, la prioridad que se había marcado.
Tenía enfrente a una abogada correosa y que, como otros miembros del llamado sindicato Manos Limpias, busca sobre todo el efectismo y utiliza métodos que con frecuencia escandalizan a sus compañeros de profesión, que en la mayoría de los casos no comprenden que digan pertenecer a un sindicato sin ánimo de lucro cuando resulta ser un bufete de abogados en el que al menos algunos de los socios sí cobran por su trabajo. Como Virginia López Negrete, que hace un par de días tuvo que declarar ante un juez por presunta apropiación indebida de un dinero que pertenecía a la caja de Manos Limpias.
Con una abogada de la acusación de currículum controvertido, Urdangarín estaba obligado a ir mejor preparado, entre otras razones porque podía ocurrir que se viera obligado a responder sobre un documento rechazado previamente como prueba, como sucedió. La abogada alegó que se trataba de un error, pero no la creyó nadie.
Serán los jueces quienes den su veredicto, pero además de la endeblez de la defensa de Urdangarín, sorprende el acuerdo al que llegó Manos Limpias con Miguel Tejeiro, el asesor financiero de las sociedades de Urdangarín y Torres. Manos Limpias, después de pedirle diez años de prisión, retiró la acusación. Tejeiro, por tanto, fue absuelto. Una operación que da que pensar. Porque tanto Torres como Urdangarín lo hacen responsable de todas las decisiones relacionadas con números, finanzas y fiscalidad, que según el marido de doña Cristina eran revisadas por el abogado del rey Juan Carlos, el asesor fiscal de la Casa Real y el secretario de las infantas.
En su declaración, Urdangarín ha querido librar de cualquier sombra de sospecha a doña Cristina y al rey Juan Carlos. Pero no ha sabido hacerlo, ni en el tono ni en la forma. Otros testigos han incidido en que la Infanta jamás preguntó ni decidió sobre los negocios de su marido, y han incidido también en que fue don Juan Carlos quien dio instrucciones para que Urdangarín dejara todas sus empresas cuando le llegaron rumores sobre negocios en los que utilizaba su pertenencia a la Familia Real. Pero no los dejó.
A sus posibles delitos se suman pecados muy graves: ha roto una familia, ha hecho un daño extremo a la Corona de España y ha colocado a su mujer en una situación insostenible.
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