Monticello
Víctor J. Vázquez
El auxilio de los fantasmas
SEVILLA/Seguimos siendo aquello que, según parece, continuamos empeñándonos en aparentar: aportamos el "marco incomparable" y los figurantes necesarios para que cualquier evento que se precie pueda presumir de ser un éxito absoluto. Mañana viernes, los programas del corazón, que copan los horarios estelares de las principales cadenas privadas, tienen la audiencia asegurada -si es que alguna vez no lo estuvo- y el éxito garantizado. Sus colaboradores -¿han reparado en la cantidad de andaluces que hay tanto entre ellos como en los ilustres invitados?- no tendrán esta vez que devanarse los sesos sobre falsos posados o infidelidades evidentes y, además, elevarán el tono social de los mismos: de Belén Esteban y el Fran, pasamos a Cayetana y a don Alfonso, convertido ya en duque. Algo es algo.
La dimensión mediática que cualquier acontecimiento de este tipo depara desafía el vaticinio más alocado que se hubiera realizado sólo hace diez años. Algún sociólogo podría explicar que, con un país al borde del colapso, estas válvulas de escape son perfectamente lógicas y hasta necesarias para posponer lo inevitable. Francamente no me imagino una cosa igual en Finlandia, con todos mis respetos, pero sí en Grecia. Somos competitivos en lo que lo somos. Al estilo mistermarshaliano puedo figurarme, sin haberlo visto todavía, a nuestras maris -rollizas, desinhibidas-- arremolinadas a las puertas del Palacio jaleando a los novios, bailando sevillanas y diciendo chorradas a cualquier micrófono que les pongan por delante.Y pensar que muchas de ellas habrá cursado la Educación Secundaria Obligatoria... Escribía Ortega en su Teoría de Andalucía: "El andaluz, a diferencia del castellano o del vasco, se complace en darse como espectáculo a los extraños, hasta el punto que en una ciudad tan importante como Sevilla, tiene el viajero la sospecha de que los vecinos han adoptado el papel de comparsas y colaboran en un magnífico ballet anunciado en los carteles...". Veintitantas Olimpiadas más tarde no es fácil quitarle la razón al filósofo.
Y los novios y el alboroto. ¿Por qué tanta polémica alrededor de esta boda? ¿No se ven hoy en día como normales enlaces que a algunos retrógrados maleducados en colegios de curas nos rechinan? ¿Qué hay de especial en que un hombre y una mujer decidan casarse por la Iglesia? ¿Es ésa la provocación? ¿O es, por ventura, la diferencia de edad y condición social? También me pregunto si se hubiera formado tanta polvareda en el caso de que un hipotético duque de Alba envejecido hubiera decidido casarse con una madura interesante de clase media. Probablemente no.
Pasado el rubicón leticiano nada debe sorprendernos. La disposición de la Duquesa de testar en vida y ceder la nuda propiedad de sus bienes a sus hijos me ha parecido una muestra de generosidad por parte ella y de inteligencia por parte de él.. Y un motivo menos para acusarle de braguetari. Si es amor lo que les alimenta, si es cariño, amistad, sintonía, afinidad cultural...ni lo sé ni me importa, pero les deseo a ambos que sean muy felices, que gocen de años de salud y que continúen poniéndose el mundo por montera. Ellos que pueden.
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