Gafas de cerca
Tacho Rufino
Un juego de suma fea
Es, como mínimo, curioso: las mayores dificultades para sacar adelante sus iniciativas más relevantes las tiene, Pedro Sánchez, con sus aliados antisistema, e incluso con sus socios en el Gobierno, mientras que sus adversarios de la derecha y el centro le tienden la mano para sacarle de apuros.
Pasó durante la crisis inmigatoria orquestada por Marruecos, en la que Pablo Casado se puso a su disposición, y ha pasado ahora en la crisis de Ucrania, cuando el líder de la derecha le ha llamado -debía haber sido al revés- para respaldar su postura de defensa de la soberanía de Ucrania y compromiso con la OTAN. Y está pasando con la reforma laboral, en la que Ciudadanos se ofrece como tabla de salvación y sus amigos de ERC, Bildu y PNV lo chantajean hasta ponerla en peligro.
A pesar de que la teatralización de su protagonismo en el principio de esta crisis ha sido espantosa, Sánchez se ha mantenido firme. En su sitio, que no es otro que el del Derecho Internacional, la solidaridad con un país europeo militarmente amenazado por un vecino expansionista que hace un rato ya le arrebató una parte de su territorio, y la unidad de una alianza estratégica de naciones democráticas y libres.
No se crean que es fácil sostener este alineamiento en España. Medio Gobierno, el sector morado, lo impugnó desde el primer momento con el argumento expreso de que España es el país del No a la guerra y el tácito y sobreentendido, y demagógico, de que la OTAN es un instrumento de dominio del imperialismo yanqui.
Podemos sabe que este pensamiento es muy popular (popular de pueblo, no de PP) y que el pacifismo emocional lo comparte una sociedad educada tanto en el antiamericanismo primario como en la ética de la comodidad, que se resumiría en la egoísta pregunta de qué se nos ha perdido a nosotros en Ucrania. Falacias en estado puro. Si no vamos ahora a Ucrania, junto al resto de la OTAN y la UE, para disuadir a Putin de sus evidentes planes de reconstrucción del imperio soviético, más de cuarenta millones de europeos perderán su libertad, todos los demás volveremos a la guerra fría y el mundo será más peligroso, inhóspito e inestable. No podemos ignorar, por cobardía, estupidez o comodidad, que bajándose los pantalones no se apacigua a los agresores.
Europa lo sabe desde hace al menos ochenta años. Un gran europeo, Winston Churchill, lo puso en mármol: "La guerra es mala, pero la esclavitud es peor".
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