Monticello
Víctor J. Vázquez
El auxilio de los fantasmas
la campana
UN año más, volvimos a ver que la procesión de la Virgen de los Reyes se mantiene como el ritual de una mañana eterna. Todo va cambiando, mientras todo parece igual. Porque ese orden cerrado que vemos en su recorrido de una hora y media por el entorno de las gradas de la Catedral es la suma de lo que hace cada uno. Por ejemplo, en la posa de la Virgen en la esquina de Correos, la banda militar de lo que ahora se llama Suigesur (los restos del naufragio que sufrió la Música del Soria 9) toca la marcha Encarnación Coronada, de Abel Moreno. El pueblo canta espontáneamente las estrofas del Ave María, sin que se lo pida nadie. Después, con el paso arriado por la cuadrilla que mandan los Bejarano por tradición dinástica, el coro canta, mientras la banda sigue tocando a tambor, no se sabe para qué.
En los últimos años esta procesión se ha consolidado como una cita de fieles, devotos e incondicionales de la Virgen de los Reyes. Van los que deben ir, ni más ni menos. Se ha aprendido a no romper la fragilidad de su silencio. Es el silencio de la mañana de la Virgen. Silencio luminoso, tan diferente al de la madrugada del Viernes Santo. Silencio que es excepcional en un mundo de ruidos.
El ritual se aprende. Viene de los padres y de los abuelos, y de las generaciones que nos precedieron. Y hay otro ritual que lo va formando cada cual y que se consolida con el devenir de los años. Forman parte de los viejos ritos las caminatas a pie desde los pueblos del Aljarafe, que prácticamente se perdieron, aunque aún las rememoran algunos por su cuenta. Siempre que sea posible, hay que llegar a pie a esta procesión, como si fuera una peregrinación íntima, un camino que tiene su pórtico de la gloria en la Puerta de los Palos. Por ahí se asoma la Virgen. Ya suele ser después de las ocho de la mañana.
Otro rito es el de regresar desde las playas. Abrir un paréntesis en el veraneo, para después volver a huir de los rigores calurosos de Sevilla; o bien terminar o empezar las vacaciones. Es una procesión de morenos y de blancos. Y se nota. También entre los miembros del Consejo de Cofradías y las autoridades. El sol los delata.
El cortejo va como siempre, pero con matices. Los niños carráncanos, que se han levantado temprano y que disimulan sus caritas de sueño. Las filas de hermanos de la Asociación de la Virgen de los Reyes están bien dispuestas, con la formalidad ya habitual, aunque parece que se ha frenado su crecimiento sostenido de años anteriores. Esta vez el Consejo de Cofradías está encabezado por el nuevo presidente, Joaquín Sainz de la Maza, en su primera procesión tras ser elegido. La Sacramental del Sagrario, que va tras el Consejo, parece una prolongación institucional, porque es como un senado de reconocidos y veteranos cofrades.
El arzobispo volvía a salir tras el paso de la Virgen, después de no poder hacerlo en 2015 por una enfermedad. Monseñor Asenjo se recuperó y ha tenido después múltiples actividades, pero un año después se sigue anotando ese percance. Las cosas de las estadísticas.
La presencia de las autoridades ha sido más polémica. El nuevo protocolo municipal favorece una penosa llegada de los concejales. Como si fuera una etapa de la Vuelta a España: ahora un grupito con Espadas y Juan Carlos Cabrera. Después Zoido, un poco más rezagado... Todo tan diferente de aquellas imágenes castizas, antes de la nueva política y las pamplinas de lo políticamente correcto. Aquellos tiempos, cuando venían los concejales por la calle Hernando Colón, a los sones festivos de la música interpretada por la Banda Municipal. Era un paseíllo, que se repetía por la Avenida después de la procesión.
Tiempo pasado, que en eso fue mejor. La representación municipal ha perdido cantidad y calidad, por más que el cierre de la Corporación era representativo, con el alcalde, Juan Espadas, flanqueado por sus lugartenientes Carmen Castreño y Juan Carlos Cabrera, y precedidos en las filas por el portavoz del PP, Juan Ignacio Zoido, y el de Ciudadanos, Javier Millán.
La Banda Municipal ya no se incorpora en la esquina de Hernando Colón, como antaño, sino que sale desde el principio. Esta vez la acompañaba el coro de la Hermandad de la Soledad, de Castilleja de la Cuesta. En Sevilla casi siempre que toca una banda y canta un coro surgen comentarios a favor y en contra (recuérdese el binomio banda de Santa Ana y coro de Julio Pardo, en la trianera madrugada de la calle Pureza), pero lo de ayer era una excepción singular, a modo de homenaje a la mujer, según se dijo. No parece que la Municipal vaya a salir habitualmente con coros.
Este año había gente esperando desde más temprano, con algunos claros al final. Este año le tocaba el turno al manto rojo de la duquesa de Montpensier, que es un valor seguro. Este año la Virgen salía recientemente restaurada por Arquillo (y no es la primera vez que se publica lo mismo). Este año el exorno de nardos y claveles estuvo bien en cantidad y calidad, con unos nardos más abiertos y floridos que otras veces. Este año, faltaría más, había vallas, que se justifican por el orden. Con estas vallas de la mañana de la Virgen empezó todo. Se entendió que vallar un recorrido completo no era utópico. Al menos, ayer dejaron más y mejores pasillos que otros años. A vallar también se aprende.
Todo rito tuvo una vez primera, pero sólo su amor nos salva.
También te puede interesar