¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Muchos celebran la desaparición de la antigua comisaría de la Calle Betis, pero yo no puedo sentir más que un pellizco de nostalgia estéril, como diría el compañero Ruesga. Lo comprobé la pasada semana, cuando al entrevistar a Pepe Bernárdez divisé, entre los merlones de la Torre del Oro, las máquinas arrasando lo que quedaba de un edificio que para mí tenía algo de Bauhaus. Al fin y al cabo, la única vez que me han detenido en mi vida acabé allí, frente a un policía somnoliento y panzón que me miraba con una cara de indecible aburrimiento, sin duda arrepentido de haber optado por una profesión que en algún momento debió prometer riesgo y emoción. También entre sus muros mi yo adolescente aprendió una importante lección, cuando fui a sacar mi primer DNI y un grupo de marujas caraduras se colaron a golpe de culazo, dejándome apabullado y con el rencor prendiendo en mi cabeza de niñato desnortado. Ahora, cada vez que escucho la palabra sororidad recuerdo aquel grupo de trianeras sin piedad.
La comisaría de Betis era la más perezosa e inútil de las que había en la Sevilla de los ochenta, lo que le daba una cierta dignidad meridional. Fueron los tiempos en los que la discoteca Dragón Rojo acogía a lo más selecto de la ciudad y las aceras eran auténticas pasarelas de la droga. Sin embargo, pese a la gran concurrencia de camellos y chorizos, nunca vi a ningún mono o madero asomar la cabeza. Estarían jugando al mus en aquellas destartaladas dependencias que olían a mar y Ducados. Todo cambió con el felipato y los años previos a la Expo 92. Sevilla dejó de ser la capital del tirón y el costo. A cambio llegó la corrupción de nuevo cuño y los restaurantes caros para los burócratas y políticos autonómicos. Los periodistas también se apuntaron al festín.
Antes de comisaría, el edificio fue el Club Náutico Nao Victoria del Frente de Juventudes, inaugurado en 1953 por el camaleónico Samaranch, condición que mantuvo con la OJE (la organización juvenil del franquismo a partir de su aggiornamento en los años sesenta). Muchos sevillanos practicaron allí remo y piragüismo y no fue hasta 1979 cuando se transifirió a Interior, con las consiguientes reformas. Esto se le ha escapado a algún paladín de la memoria histórica, porque habría quedado muy bien vender como acto de dignidad democrática el derribo de uno de los símbolos fluviales de la dictadura, cuando los niños eran usados como galeotes en la dársena del Guadalquivir. Se les van las mejores.
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