¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Visto y Oído
BIEN merecido el premio Nacional de Televisión para Isabel: sólo con los avatares que sufrió para estrenarse, en una empresa pública tan caótica como ingrata, y la sorpresa que supuso dentro de un prime time demasiado comercial ya lucía méritos. Pero lo más logrado de la producción de Diagonal ha sido su constancia en la ambientación y en el rigor histórico, pifias aparte, junto a un crecimiento interpretativo de sus protagonistas. Ni Rodolfo Sancho ni Michelle Jenner deberían haber estado nunca en una lista como actores propicios para encarnar a los Reyes Católicos, pero habrá que reconocerles oficio y esfuerzo. Los guionistas y el amplio elenco de secundarios arropan los papeles de la real pareja y confeccionan esos mosaicos abigarrados y sustanciosos de cada capítulo. Fernando de Aragón, que sobrevive durante unos trienios a su esposa castellana, hubiera dado para una cuarta temporada bien intensa. Y Eusebio Poncela como el cardenal Cisneros está sublime con otro de esos personajes que se nos quedarán mutilados cuando fallezca la reina.
El Premio Nacional reconoce la propuesta más valiosa en el horario estelar español y anima a las cadenas a mirar por nuestra Historia y a producir ficciones de prestigio que estén más pendientes de los pulsos de los diálogos que de lucir las marcas comerciales. Isabel es el mejor presente de TVE y el más deseable futuro de la cadena pública.
A continuación de los reyes en la noche de los lunes ha regresado con nuevas entregas Un país para comérselo. Ana Duato se sigue diluyendo como anfitriona y no agrega a su rol ni toques de buen humor ni una pose de vivo interés: le falta creerse ese papel que Imanol y Echanove lo vivían (y transmitían) con más naturalidad. Ahora tenemos episodios gastronómicos con las escaletas más magras y con una reportera más fría.
De lo gourmet hemos pasado al Hacendado.
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