¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
ANTE la nueva situación generada por la supresión del Caixafórum Atarazanas desearía realizar las siguientes reflexiones como arquitecto autor del proyecto.
Las Atarazanas, desde mi época de estudiante y en mis primeros pasos como arquitecto, han estado presentes en mi trayectoria, en mi recorrido por la ciudad. El Hospital de la Caridad, construido por Leonardo de Figueroa en el siglo XVIII sobre las Atarazanas medievales, es uno de los ejemplos más brillantes de yuxtaposición de arquitecturas de distintas épocas. Como en nuestro caso, la construcción del cuerpo de cabecera, también en el siglo XVIII, otorgaba una nueva fachada a la calle y reorganizaba espacialmente su interior, convertido ahora en Cuartel de Artillería. Siempre he considerado que la permanencia de estas construcciones, una vez desaparecido su uso primitivo, ejemplifica por su escala y proporciones la idea de que es más importante la ciudad que las arquitecturas entendidas como objetos. La ciudad histórica como referencia fundamental para todo proyecto contemporáneo de arquitectura.
Siempre me han interesado los grandes edificios de la arquitectura histórica que han ido modificando sus usos sin apenas modificar su forma. Y en todos los tiempos se han añadido arquitecturas de su tiempo. Añadir cosas sobre las cosas forma parte del discurso que ha permitido la construcción de los centros históricos. Si importante es dejar hablar a la historia, no lo es menos el saber elegir, el decidir cómo depositar nuestro tiempo, nuestra cultura, prestando así el mejor servicio al legado de las generaciones anteriores.
Las Atarazanas, por su tamaño, su escala, proporciones y su construcción, han conformado con los años el corazón del conjunto monumental del centro histórico. Tan sólo comparables al Arsenal de Venecia y de una envergadura que supera las de Barcelona o Valencia, tanto por su posición en el posterior desarrollo urbano de la ciudad como por sus dimensiones.
Por ello la decisión de instalar el Caixafórum en las Atarazanas no sólo venía a resolver su recuperación histórica a través de la rehabilitación integral del edificio, sino a dotar de un nuevo uso cultural, potente y contrastado, un nuevo equipamiento cultural de primer nivel. Se trataba de la reactivación de lo antiguo con una reutilización contemporánea.
A la arquitectura, como a cualquier actividad humana, podemos aproximarnos de una forma intelectual, inteligente o de una forma emocional. Para hacerlo de forma intelectual es necesario haber adquirido los conocimientos técnicos precisos; para acercarse de una forma emocional es necesario implicar la memoria personal y los sentimientos. En mi caso el acercamiento al proyecto ha sido doble: intelectual, como arquitecto que ha analizado sus proporciones, sistemas constructivos, materiales, implantación en la ciudad y relación con su contexto físico. Y emocional, por las vivencias y las memorias de mi propia biografía personal, que es en realidad la forma como la mayoría de los ciudadanos siente la ciudad.
Tal vez sea por esta razón por la por la que en el concurso que convocó La Caixa, invitando a diez de los más prestigiosos arquitectos del país, se superpusieron ambas formas y quizás por ello el jurado percibió en la propuesta, que posteriormente hemos desarrollado, esa convivencia pacífica entre ambas arquitecturas y ese respeto profundo hacia lo antiguo que no en todas las ocasiones surgen con la misma intensidad y coherencia. El concurso se redactó en tres meses pero yo llevaba ya treinta años trabajando en el proyecto.
Las cualidades esenciales contenidas en la idea clave del proyecto podrían resumirse en la decisión de localizar el programa del Centro Cultural en la planta alta, ya existente, del edificio y en destinar la planta baja, ese memorable y emocionante espacio conformado por las arcadas medievales, a espacio público, una gran plaza cubierta, un espacio de intercambio cívico para todos los ciudadanos, un espacio de convocatoria y encuentro en torno al mundo del arte, la cultura y el conocimiento.
En unos tiempos en los que se está produciendo una implacable sustracción del espacio público en nuestra ciudad entendí que el proyecto Caixafórum podría ser una magnífica oportunidad para ofrecer a la ciudad un nuevo espacio público, esta vez cubierto, el espacio público más cualificado de la ciudad: La plaza pública cubierta de las Atarazanas medievales.
Por lo tanto, ese gran espacio arquitectónico, autentico corazón del edificio, se restauraba y rehabilitaba íntegramente manteniéndolo como es ahora sin limitar perspectivas y visuales, sino, al contrario, potenciándolas al realizar la apertura completa de las arcadas , actualmente cegadas, hacia la calle Dos de Mayo. Sólo un tercio de este espacio, coincidente con los espacios existentes ya compartimentados, se reservaba al programa del Centro Cultural que requería su ubicación en planta baja. En todo caso, ni un solo elemento demolido, ni un solo elemento desmontado.
En el nivel superior de las Atarazanas sólo el desconocimiento profundo del estado actual puede conducir a pensar que algunos de sus valores podrían resultar afectados por la intervención. El grueso del programa del Centro Cultural encuentra acomodo en unos deteriorados almacenes levantados en el siglo XX sin ningún valor arquitectónico, constructivo o histórico más allá de su volumetría y posición. Las nuevas salas se ubican en la misma posición que estos almacenes utilizando también cubiertas metálicas a dos aguas que reproducen la geometría que presentan en la actualidad. Sólo el auditorio se dispone trasversalmente a las naves, en la manera en que se construyó la Sala de Armas en la época de Carlos III , bajo un sigiloso movimiento de cubiertas que se pliegan en múltiples quebradas, pasando inadvertidas en su configuración final.
Del mismo modo que hoy no se perciben desde las calles perimetrales los pabellones superiores existentes, tampoco lo harán los nuevos elementos que los sustituyen. ¿Cabe mayor lección de respeto hacia el patrimonio cultural? Sólo desde la maledicencia o la ignorancia y desconocimiento del proyecto, o ambas cosas a la vez, puede argumentarse por parte del Ayuntamiento que el proyecto pone en peligro la declaración de Patrimonio de la Humanidad. Una rotunda falsedad.
Precisamente todos estos aspectos fueron valorados por la Comisión de Patrimonio que juzgó el proyecto, además de ser uno de los puntos clave que nos hicieron ganar el concurso.
Tal vez algunos ciudadanos y el gobierno de la ciudad hayan malinterpretado la maqueta que formalizaba el proyecto Caixafórum en 2009. La maqueta no es la realidad, sino un sistema de representación de la realidad. Las cubiertas transparentes permitían observar la espacialidad y la organización interior de las Atarazanas y algunos, al parecer, han hecho una mala interpretación de los instrumentos de representación concluyendo que se sustituyen las cubiertas metálicas por cubiertas de vidrio.
En todo caso, si alguna duda razonable hubiera existido por parte del gobierno de la ciudad siempre he estado dispuesto a explicar no sólo los planos y maquetas, como hemos hecho con todas las Academias y otras organizaciones ciudadanas, sino de constatar in situ las ideas generales y los pormenores del proyecto.
Nunca he recibido esa invitación, por lo que deduzco que no les interesaba conocer el proyecto y, por ello, me resulta difícil de entender y comprender que se haya tomado una decisión tan sumamente importante para la ciudad sin recabar información y conocimiento al autor. Considero que esta decisión conlleva gravísimas pérdidas para los actores que han intervenido en el proceso: pérdida para el Caixafórum, por cuanto como institución, obviamente, es muy distinto desarrollar su actividad en el corazón de la ciudad y en el espléndido espacio de las Atarazanas que en los espacios del basamento de la Torre Pelli, espacios que podrían estar en Sevilla o en cualquier otra ciudad del mundo. Y ello producirá un desarraigo con la ciudad, reduciendo considerablemente el impacto beneficioso para la misma.
Pérdida para las Atarazanas, que volverá a su situación de postración y degrado de años anteriores. Y no pensemos que cualquier ocurrencia con una inversión menor de la establecida puede recuperar activamente el monumento, porque el proyecto no era exactamente de preservación, que también, sino de rehabilitación y nuevo uso como gran contenedor cultural.
Y, sobre todo, pérdida para la ciudad porque el proyecto hubiera supuesto la reactivación y revalorización del barrio del Arenal y del tejido urbano en torno de las Atarazanas, reequilibrando las actividades culturales y turísticas a un lado y otro de la Avenida, facilitando así la deseada aproximación del conjunto monumental al río y alejando el peligro, siempre latente, de banalización de los espacios. También pérdida de un excepcional espacio cultural cubierto como pocas ciudades poseen. Una plaza pública cubierta con una extensión superior a dos veces la plaza de San Francisco.
Pérdida igualmente para el tejido productivo tan castigado en esta ciudad porque ha visto perder una inversión de 25 millones de euros de capital privado con una política avanzada de mecenazgo cultural.
Considero que la ciudad no es consciente de la enorme gravedad de la decisión acordada, de la oportunidad perdida, que hasta hace sólo unas semanas estaba significada por la extraña confluencia de todos esos factores necesarios que únicamente ocurren previos al nacimiento de los grandes edificios que dejan una huella indeleble en la historia de las ciudades.
La precipitación de los acontecimientos revela que la decisión no ha sido suficientemente meditada en sus consecuencias y apelo a las tres instituciones, a La Caixa, al Ayuntamiento y a la Junta de Andalucía, a que estas reflexiones puedan ser tomadas en consideración .
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