La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
DE POCO UN TODO
EN la feria siempre se está en medio. En medio de la caseta, charlábamos cuatro amigos, justo por donde tenían que pasar irremediablemente los que se dirigían con nerviosos empujones al baño, los que volvían de la barra con platos inestables de arroz a la marinera, los que muy resueltos se encaminaban, dando pisotones de calentamiento, al tablao. Uno de nosotros llevaba la voz cantante. Lo sé, no porque le oyera o le oyese, sino porque lo atisbaba, entre una nube de polvo, gesticulando con convicción.
Los otros empuñábamos muy serios nuestros rebujitos. Intenté oírle, pero se imponía el equipo de música. Sonaban unas sevillanas dulzonas que trajeron Navarra a mi memoria. El Puerto le ha dedicado este año la feria a la Comunidad Foral, pero mi pensamiento no se guiaba por cauces tan institucionales. Recordaba la Universidad de Navarra, donde estudié hace mucho y donde he estado hace poco, y la pregunta que me hicieron: "¿Por qué hay tantos poetas andaluces?"
Andalucía son ocho provincias; así que en matemáticas puras resulta lógico que tenga ocho veces más poetas que la feraz Murcia, la misma Navarra o la jugosa Rioja. Pero también estaban hablando, esas sevillanas desgañitadas, de amores felices o desdichados, de la tierra y sus tradiciones, de la Virgen del Rocío y hasta, en un admirable ejercicio de memoria histórica, del amigo que se va. Embargado desde hacía horas por el espíritu del rebujito, me emocioné con las letras, lo confieso. La cercanía de los andaluces a la cultura popular, tan vivida, explica en parte la abundancia de poetas de toda condición.
Mi amigo, en ese momento, tenía las venas del cuello hinchadas, la mirada perdida en el infinito y la palma de la mano abierta, como el que se arranca por martinetes. Me acerqué más. Adiviné que estaba hablando de la crisis económica. Entre palmas y platos de gambas, el tema adolecía, reconozcámoslo, de cierta falta de credibilidad, a pesar de los datos fehacientes que publica la prensa cada día. Sin parar de asentir, seguí en lo mío. Hubo quien se extrañó en Pamplona de que yo, estudiante difuso y dicharachero, hubiese roto en poeta, como si una sesuda concentración en el Derecho Fiscal hubiese sido la prueba fehaciente de una vocación lírica. Sentimental, sensible, sensitiva, la poesía es una extraña mezcla de frivolidad y gravedad, un rebujito, que relativiza la crisis que tenemos en encima, de la que nos ocuparemos mejor el lunes de resaca, si Dios quiere, y que se estremece en cambio con el cóctel de unos viejos amigos hablando sin oírse y de unas sevillanas antiguas cantando lo de siempre, otro año más.
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