La aldaba
Carlos Navarro Antolín
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Para qué creen que se venden esos equipos automovilísticos de sonido con bajos que hacen temblar los cristales de las casas en muchos metros a la redonda y escupen una música troglodítica, frenéticamente rítmica y bárbaramente simple? ¿Para que los jóvenes que los conducen vayan más concentrados y atentos? ¿Y para qué creen que se montan las rave party, una de las cuales acaba de producir dos muertos de 18 años y un intoxicado grave?
Leo en un par de web que rave significa delirio o desvarío. Que el término saltó de Jamaica a Gran Bretaña en los 70, aplicándose a las fiestas acid house. Que comenzó a llamarse rave a la fiesta casi siempre ilegal con música tecno que se montaba tras el cierre de los clubes en edificios abandonados, descampados o playas. Que su eclosión se produjo en el cambio de década de los 80 a los 90 y tuvo como principal escenario la autopista londinense M25, por la que se desplazaban los jóvenes technoheads, convocados a través de los primeros móviles. Que la música que se escuchaba en estas fiestas era una mezcla de tecno, scally pop, trance, jungle y acid house. Y que desde el principio las drogas formaron parte fundamental de estas fiestas salvajes. En el reciente caso español los dos fallecimientos y la grave intoxicación del superviviente se produjeron por la ingestión de alcohol, speed (droga basada en la anfetamina) y estramonio, una planta de efectos sedantes y alucinógenos de la que al parecer alguien llevó un bidón.
Si han visto las imágenes del infierno en el que se desarrolló la rave party en la que murieron estos chicos tendrán una idea de la sordidez buscada que sirve de escenario a estas fiestas: una ermita y un almacén abandonados, llenos de basura y con los muros pintarrajeados de grafitos. No vayan a pensar que se trata de algo marginal o antisistema. Muy al contrario. La estética y las actitudes que rodean estos infiernos impregnan la publicidad, el cine, los videojuegos y una gran cantidad de objetos de consumo o de inducción al consumo. Aunque policialmente se persiga, es algo consentido, querido, propagado, estimulado, manipulado y utilizado por eso que antes se llamaba el sistema.
Hay que preguntarse por qué se fomentan las múltiples inducciones a la pérdida de sí lindante con el suicidio de los más jóvenes. Por qué se mercadea con el nihilismo de masas, la sordidez de diseño y la violencia que impregna la moda, la publicidad, el diseño, la música o el cine, socializando la neo-barbarie. Y qué lleva a los jóvenes a buscar estas ásperas, sórdidas y bárbaras formas de autodestrucción.
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