Radical, más que una película

Sólo somos libres si nuestras decisiones surgen de la racionalidad y el conocimiento. Un ignorante nunca será libre

25 de marzo 2024 - 01:00

La enseñanza es un derecho inalienable y una obligación para toda sociedad justa. Sin obviar que los padres deben tener plena potestad para educar a sus hijos sin intromisiones, la enseñanza, el derecho del niño a recibir, no ya las herramientas que le permitirán desenvolverse en la vida, sino también una cultura y una instrucción que le faciliten vivir en sociedad como un ciudadano, libre y responsable, es también un derecho fundamental. La familia educa y la escuela enseña. Ambos derechos son de idéntica magnitud. El primero, centrado en la moral y el segundo, en lo académico. Escribió Adam Smith, uno de los indiscutibles padres del liberalismo, que “la sociedad puede facilitar, alentar e incluso imponer la necesidad de que se provea lo esencial de una educación»” Educación que ha de ser para todos. Sin distinción de clase social o económica, ni lugar de residencia, porque sólo somos libres si nuestras decisiones surgen de la racionalidad y el conocimiento. Un ignorante nunca será libre.

Viene esta reflexión al hilo de lo que nos cuenta la película Radical que aún está en cartelera. La historia real de la pasión por la enseñanza de un profesor mexicano –Sergio Juárez– que enseña a los niños a pensar. Fomenta su curiosidad, les incita a plantearse preguntas y buscar respuestas. Y lo hace en un ambiente económica y socialmente degradado por la delincuencia, la corrupción política y la droga. Baste recordar que el colegio y el barrio están junto a lo que se conoce como El Basural. De hecho, Paloma, la otra gran protagonista de la historia, una niña excepcionalmente dotada que hoy finaliza sus estudios universitarios, convive con su padre en una chabola junto a montañas de desperdicios que constituyen su sustento. Un padre que gracias a la agilidad mental de Paloma para el cálculo no es engañado en la venta al peso de la chatarra.

Si no es por su maestro, Paloma habría sido uno más de los infinitos mozarts perdidos. Niños con grandes aptitudes que, al carecer de escuelas –Mozart tuvo la suerte de que su padre fuera un gran pedagogo– o a causa de su exclusión por razones económicas –como le ocurre a Lupita que ha de dejar la escuela para criar a su hermano recién nacido– o sociales –raza, sexo o religión–, no pudieron desarrollar sus capacidades. Por eso, nunca, la enseñanza libre, pública, universal y gratuita, debe dejar de ser uno de los pilares fundamentales del estado moderno.

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