¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Maneras de vivir la Navidad
Mishijos se han dado cuenta de que cuanto me conmueve acaba literaturizado. Así que cuando terminamos de ver la película Enrico Piaggio: Un sueño italiano (Umberto Marino, 2019), me preguntaron si escribiría un artículo.
A nosotros nos había gustado especialmente, pero no somos (les expliqué) jueces muy imparciales a la vista de la pasión por las vespas que se respira en casa. Tanto es así que mi mujer estaba negra de que no cambiase de coche, que tiene 22 años, hasta que un día concluyó que el viejo golf ha devenido en otra vespa vieja, pero de cuatro ruedas. Con esa ficción vespasiana se ha reconciliado con el cacharro. O sea, que nosotros llegábamos también a la película perfectamente reconciliados y todavía diría más: entregados. No sé si cinematográficamente, vespismos aparte, merece tanto la pena.
Aunque en un aspecto, sí. La película retrata muy bien cómo los empresarios las pasan canutas, con todo tipo de impedimentos, también administrativos y políticos, para sacar adelante sus ideas y los puestos de trabajo aparejados. Le pasó a Enrico Piaggo. El otro día el joven Jaume Vives, que ha montado una salchichería en Madrid (Frankfurt Moncloa), contaba en las redes sociales las multas que le han cascado por su terraza, basándose en una normativa laberíntica y asfixiante. Temía por la viabilidad de su inversión.
Ahora me entero que mi viejo amigo Julio Estalella ha montado Quietud, una marca de salsas picantes, elaboradas con vinagre de Jerez. En el reportaje del Diario de Cádiz explica la calidad de su producto y cómo él, tras un ERE y contra un cáncer, se propuso emprender. Pero ni una queja sobre lo difícil que resulta y los riesgos sobrevenidos. No me extraña, porque teniéndonos cariño desde la preadolescencia y sin haber perdido del todo el contacto, jamás me suspiró por lo del ERE ni por lo de la enfermedad. De vez en cuando me escribe, pero sólo para felicitarme por algún artículo, como si nada. Qué tío. Eso sí que es quietud de espíritu, aunque el picante de la situación me haya saltado una lágrima.
Mi inquietud es que los consumidores (al menos) tendríamos que ayudar mucho más a nuestros emprendedores. Por suerte, Piaggo se salió con la suya y nos regaló las vespas. Las salchichas de Vives las degustaré en cuanto ponga un pie en Madrid, en la terraza o dentro, y llevaré en mi bolsillo una salsa de Quietud para ponerle la guinda (la guindilla) a la jugada.
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