La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Queipo, el general que sojuzgó Sevilla durante la Guerra Civil y que se llevó por delante a varios miles de personas en una represión enloquecida y cruel, odiaba a Franco. Lo odiaba con furia, como todo lo que hacía. Lo consideraba un cobarde y un advenedizo y cuando se envinaba, lo que hacía según los testimonios de la época un día sí y otro también, se cachondeaba de él y lo llamaba Paca la culona. Franco despreciaba a Queipo. Para él era un demente y un sádico que había hecho fusilar en las murallas de la Macarena a su íntimo amigo Miguel Campins con el único fin de desairarlo. Franco evitó durante la guerra todo lo que pudo a Queipo -de hecho, casi no pisó Sevilla- y en cuanto pudo se lo quitó de encima desterrándolo a un puesto menor en la Embajada de Roma y negándole la Laureada a la que el autor de las charlas radiofónicas cuya lectura todavía hoy estremece creía tener derecho.
Todo esto es Historia y como tal ha sido tratada ya por numerosos especialistas que han podido manejar la documentación de la época para fijar hechos y actitudes. Nada extraño. Para eso están la Historia y los historiadores. Lo que ya no entra dentro de la normalidad es que hoy, a finales de 2019, en un periódico de Sevilla pueda ser pertinente hablar de las relaciones entre dos de las figuras clave de la época más negra del negro siglo XX español porque a ambos los une la actualidad. Hasta el jueves pasado eran los dos únicos generales del bando vencedor que permanecían enterrados con honores en lugares públicos o semipúblicos con una fuerte carga simbólica de reconocimiento y homenaje. Franco fue sacado esta semana de Cuelgamuros y sepultado junto a su esposa en el cementerio de El Pardo. Hoy sólo queda Queipo en la basílica de la Macarena. Todo un símbolo.
No durará mucho. La hermandad ya ha encontrado la fórmula para quitar la tumba de Queipo y de Genoveva, su mujer, de la vista de los cientos de fieles y turistas que visitan cada día a la Esperanza. La próxima construcción de un columbario para hermanos en la basílica será el momento que aprovechen para sin grandes polémicas poner fin a un problema que arrastran sucesivas juntas de gobierno desde hace ya muchos años.
No sé qué significación histórica se le podrá dar en el futuro inmediato a que Franco no esté en el Valle de los Caídos. Pero sí sé que cuando a Queipo lo saquen de los pies de la Macarena se borrará una página de la historia reciente de Sevilla que habla de una ciudad cobardona y acomodaticia, capaz de glorificar sin inmutarse a su verdugo. Una Sevilla, por fortuna, del pasado, pero de la que no es muy difícil encontrar todavía rastros. Sin necesidad de escarbar demasiado.
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