La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Reconstruida la primitiva muralla de Híspalis durante el reinado taifa, ampliada por los almorávides y reformada por los almohades, se mantuvo con escasas variaciones hasta el siglo XIX, aunque sus puertas sí fueron profundamente remodeladas a partir del siglo XVI para adaptarlas a las necesidades de la gran urbe resultante del descubrimiento del Nuevo Mundo. En época romana imperial, había sido construido el acueducto conocido como los Caños de Carmona, que arrancaba en un manantial de Alcalá de Guadaíra y desembocaba junto a una puerta mural situada en la línea entre la plaza de San Leandro y la iglesia de Santa Catalina; en la alta Edad Media entra en desuso y se verá deteriorado hasta que los almohades lo restauran y conectan a la puerta denominada bâb Qarmûna de la nueva muralla islámica. Los Caños alimentarían en el futuro fuentes públicas de plazas emblemáticas como la de la Encarnación, la de la Magdalena, la de San Francisco o las desaparecidas en las plazas de la Alfafa y del Museo. Existieron en total cinco postigos -del Aceite, del Carbón, de la Feria, del Alcázar y del Jabón- y trece puertas externas en el muro urbano, siendo una de ellas la Puerta de Carmona, la única que mantuvo su nombre original desde tiempos andalusíes. Esta puerta de acceso directo, enclavada en la confluencia entre las actuales calles San Esteban, Tintes y Muro de los Navarros, encaminaba los pasos de los viajeros que se paraban a rezar en el humilladero de la Cruz del Campo antes de emprender el camino de Carmona y daba entrada a alimentos venidos de las fértiles tierras de los Alcores.
La Puerta de Carmona presentaba dos torres, que después se unieron por un arco central con las importantes reformas sufridas a partir de 1576. Contenía lápidas con inscripciones latinas y escudos esculpidos en piedra con las armas reales y las de la villa, así como otros con las de los duques de Alcalá, que fueron sus alcaides. Todo quedará en el olvido cuando fue derribada en diciembre de 1868, año de la Revolución Gloriosa, de triste recuerdo para el patrimonio histórico-artístico de nuestra ciudad. El proceso destructivo se inicia en 1859 con el "magno" proyecto de demolición de la muralla promovido por el alcalde Juan José García de Vinuesa, con calle dedicada en el casco histórico...
Las puertas y los postigos poseían una gran belleza y una suntuosa prestancia con rocas nobles, siendo unas obras de arte en sí mismas que fueron abatidas -salvo las puertas de Macarena y de Córdoba, y el postigo del Aceite- por una desorbitada ansia de renovación. Estos anómalos procesos en los avances necesarios para la mejora urbana, que no mantienen vivo lo mejor de nuestro pasado, provocan que la capital hispalense vaya perdiendo con el tiempo su esencia inherente y pueda convertirse en una ciudad más, sin alma, sin identidad. Aún estamos a tiempo de revertir estas acciones y preservar lo más granado que nos queda del grandioso corazón de Sevilla.
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