Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
NADA debería abrochar más a la realidad a un líder político que unos resultados electorales adversos. Los del pasado domingo expresaron con nitidez el enorme rechazo que generan Pedro Sánchez, sus alianzas infames y las políticas extremistas de su Gobierno de coalición del partido que aún dirige –que aunque todavía se denomina PSOE, poco tiene que ver con lo que esas siglas han representado desde la restauración democrática– con Unidas Podemos.
La reacción del presidente del Gobierno, empero, a la voz colectiva de los españoles vino a demostrar cuán fuera de la realidad vive Sánchez y qué soberbia emplea al ejercer la gobernanza. Mucho más de lo que el análisis más crítico posible podía imaginar.
El secretario general del PSOE no fue la noche electoral, como es tradicional, a la calle Ferraz, donde está la sede federal del partido. Siguió el recuento desde el Palacio de la Moncloa. Allí, solo, sin consultar con ningún órgano socialista –más allá de su camarilla de fieles que no le contradice–, tomó la decisión de que se celebren, de inmediato, elecciones a Cortes Generales, sin digerir siquiera los resultados y hurtando el análisis que interna y externamente procedía.
No le importó que las votaciones sean en plena canícula, en una fecha en la que, según los datos del Instituto Nacional de Estadística, los desplazados por sus vacaciones estivales rondan los 20 millones de españoles. El 23 de julio será raro que en muchas poblaciones españolas no haya que ir a votar superando los 30 grados centígrados. Que por eso está legalmente prohibido celebrar elecciones autonómicas andaluzas en el séptimo y el octavo mes del año.
Tampoco que España comience en menos de un mes, el primero de julio, la presidencia de turno de la Unión Europea, que se estrenará en un clima de tensión electoral. Sólo le valía su escapismo a la desesperada para no someterse a las críticas de los suyos, que le reprocharán las decenas de miles de cesantes que provocan estos resultados.
Pero si la convocatoria ya muestra que vive en otra realidad, su discurso a los parlamentarios socialistas del pasado miércoles sitúa su ideario no sólo en el radicalismo, sino rayando el patetismo.
“Me acusarán de pucherazo y pedirán que me detengan”, llegó a decir en un discurso impropio de un presidente democrático, sin entrar en el torpe intento de situar a todos sus adversarios como derecha extrema, idea que convirtió en una aliteración.
Detrás sólo hay un comportamiento desleal con su propio partido –al que está hundiendo– con sus socios de Ejecutivo –virando la estrategia que seguía de apostar por Sumar y Yolanda Díaz– y, sobre todo, con unos españoles que ya no se tragan sus promesas vacías y sus embustes recurrentes.
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