Profesores sin tiza

Lucas pensaba que su papel consistía en introducir en el corazón de los alumnos curiosidad por aprender

04 de febrero 2022 - 00:00

TIEMPOS difíciles para todos, se decía a si mismo Lucas, pero él no necesitaba del Covid para sentirlo, porque desde que en la Universidad en la que impartía sus clases le cambiaron de asignatura y de curso, vivía angustiado. Durante años fue profesor del primer curso de la carrera y disfrutó recibiendo cada septiembre a una nueva generación de ilusionados estudiantes, ansiosos de descubrir que era eso de la Universidad y motivados por sentirse por primera vez en su vida mayores y a punto de ocupar los asientos al frente de la sociedad. Aquellos alumnos debutantes, traían consigo la curiosidad por conocer y con eso el trabajo del profesor estaba en gran medida hecho. Pero cuando se jubiló un anciano catedrático tras más de cuatro décadas repitiendo los mismos apuntes, la decana decidió sustituirle por Lucas que era un profesor muy bien valorado por los alumnos. El problema era que su nueva asignatura pertenecía al último curso de la carrera y aquellos jóvenes apasionados llegaban a la meta absolutamente desencantados y angustiados.

Lucas pensaba que el papel esencial del profesor consistía en introducir en el corazón de sus alumnos curiosidad por aprender. Creía que como dijera Benjamín Franklin, lo que se dice se olvida, lo que se enseña se recuerda y aquello en lo que se logra involucrar al estudiante, es lo que éste aprende. Porque entendía que sólo un alumno que es feliz aprendiendo, descubre el modo de ser mejor persona a través de mejorar sus conocimientos. Lucas tenía tatuada en su memoria la frase del profesor estadounidense Howard G. Hendricks: “La enseñanza que deja huella no es la que se hace de cabeza a cabeza, sino de corazón a corazón”. Para él encender la llama de sus alumnos era su trabajo. Repetir conocimientos que estaban en Wikipedia en forma de aburridos apuntes, no era ya el método. Su tarea principal consistía en motivar a sus alumnos. Si lo lograba, aprenderían solos.

Pero ¿cómo hacerlo a quienes terminaban su preparación básica descreídos, desesperanzados y convencidos de que al final del esfuerzo sólo les esperaba un contrato de sustitución para los meses de verano? ¿Cómo convencerles de que el sueño es posible? Lucas pensó que lo primero era convencerse a sí mismo, que su tarea consistía no tanto en cortar el césped, como en regar campos. Por eso, al entrar en clase, se dijo a sí mismo “Se puede” y luego lo escribió en mayúsculas en el moderno soporte electrónico en el que antaño reinaba la tiza.

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