¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Maneras de vivir la Navidad
UNA vez me presentaron a Miguel Primo de Rivera en el Puerto de Santa María. Fue una conversación breve, pero no me quedó la menor duda de que era todo un señor, lo que se puede esperar de un campeón mundial de tiro al pichón. Pero Miguel PR no era un simple señorito ocioso. Amigo personal del Rey, fue el elegido por los reformistas azules para presentar ante las cortes franquistas la Ley para la Reforma Política, el famoso harakiri del régimen que supuso el punto de partida de la Transición y la llegada de la democracia a España. La elección de Miguel PR no fue casual. Su condición de sobrino del que fuese el mártir por excelencia del bando nacional, José Antonio Primo de Rivera –fusilado tras una farsa de juicio–, le investía de una autoridad sanguínea y sagrada para impulsar unos cambios que iban a encontrar una feroz resistencia por parte de lo que se llamó el búnker. De alguna manera, aquello significó la única victoria de José Antonio, porque son muchos los que opinan que el fundador de la Falange hubiese evolucionado hacia posturas conciliadoras y de reencuentro entre los españoles. De hecho ya había empezado a recorrer ese camino cuando un pelotón lo acribilló en Alicante. Nunca me cansaré de subrayar una de las frases más célebres de su testamento: “Ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles. Ojalá encontrara ya en paz el pueblo español, tan rico en buenas cualidades entrañables, la Patria, el Pan y la Justicia”. Ese era el peligroso fascista al que, aún hoy, persiguen algunos con saña necrófila.
Llegada la democracia, Miguel PR dejó la política. Era un hombre inteligente y sabía que, con su apellido, poco podía hacer en el nuevo tiempo que se abría. Se dedicó a las labores propias del aristócrata laborioso que era: a sus consejos de administración, sus tiros y su golf. Los restos de José Antonio, como es sabido, tras no pocos bandazos, acabaron en el Valle de los Caídos, al lado de un general con el que poco tenía que ver (y mucho menos con Queipo, al que llegó a abofetear por insultar a su padre). Ahora, con buen criterio y discreción, la familia Primo de Rivera ha decidido sacarlos y llevárselos definitivamente a un cementerio católico. Son conscientes del ambiente que reina en la Moncloa, que cada vez recuerda más a la corte encantada y fúnebre de Carlos II, y quieren evitar un manoseo innecesario de tan noble calavera. El lunes José Antonio realizará su último viaje hasta –esperemos– encontrar la paz definitiva. Miguel PR murió en 2018 y sus cenizas descansan en Jerez, ciudad de la que fue alcalde. Ambos, como tantos de su estirpe, fueron personajes de la historia de España. José Antonio, además, un maestro para cientos de miles de españoles. Aún hoy lo es.
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