Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
EN una reciente conferencia de Pablo Simón pronunciada en Cádiz, el polítologo acertó a llamar “presiones horizontales” a la influencia que ejercerían otros partidos nacionalistas –no sólo catalanes– y parte de la sociedad civil barcelonesa para que Junts per Catalunya y su líder, el prófugo Carles Puigdemont, permitan el inicio de la XV Legislatura invistiendo a Pedro Sánchez.
Puigdemont es un político impredecible: ha escenificado un crescendo que culminará hoy, a las ocho de la mañana, con la ejecutiva de su partido, que se celebrará sólo dos horas antes del inicio de la sesión constitutiva de las Cortes Generales, y, en concreto, del Congreso de los Diputados, que es la Cámara que puede elegir a un presidente del Gobierno. De momento, tendrá que decantarse y ordenar qué votan sus siete diputados en la elección de la Presidencia de la Cámara Baja: una decisión que no es baladí. La Moncloa lleva días filtrando que, si el bloque de izquierda no tiene mayoría en la Mesa de Congreso, la repetición electoral será un hecho porque el PSOE ve casi imposible el desarrollo de la Legislatura sin contar con el control del ritmo legislativo. Bastante alambicado es ya lo que se propone hacer en su versión 2.0 del no es no: gobernar sin ser el más votado, dependiendo de cinco partidos nacionalistas o separatistas, y coaligado con Sumar, que está integrado por otros 13 partidos, incluyendo a Podemos y sus cinco díscolos diputados
Pero no hay que descartar que las presiones horizontales surtan efecto: fueron las que cambiaron la política española en la moción de censura a Mariano Rajoy en 2018. Los hilos los movía Pablo Iglesias, pero fue la influencia de otros nacionalistas la que movió de posición al PNV: en semanas pasó de aprobar los Presupuestos y garantizar estabilidad hasta el fin de la Legislatura a derrocar al Gobierno. Sánchez gobernó sólo con 85 diputados.
El PNV entró entonces en una jaula de cristal de la que ya no sabe salir y desde la que, maniatado, va perdiendo respaldo electoral en el País Vasco en favor de un Bildu al que ya votan más. Antes de julio de 2024 habrá elecciones vascas. Si sigue atado a Sánchez, malo; si apoya al PP, peor: susto o muerte.
Veremos si a Puigdemont le pesa el ejemplo vasco o cede a las presiones horizontales y, sobre todo, qué entrega Sánchez a cambio.
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