Gafas de cerca
Tacho Rufino
Un juego de suma fea
PRÁCTICAMENTE antes de ver ningún cuadro me topo con el escritor y gastrónomo Javier Compás, que viste un elegante abrigo azul y da cojetás por las salas de la exposición. “¿El fuego enemigo, mi almirante?”, le pregunto. Y Compás, valiente y resignado, contesta: “No, la gota”... La gota, enfermedad de reyes que se ha democratizado en las sociedades pudientes. El dolor también es igualitario.
Ambos hemos venido a dejar correr la mañana dominical a Caixaforum para ver XIX. El Siglo del Retrato. Colecciones del Museo del Prado. De la Ilustración a la modernidad. Es Compás el que da un primer titular de urgencia: “Entre retratistas y retratados está aquí todo el callejero de Madrid”. Cierto, uno va leyendo las cartelas y le da la sensación de que está dándose un paseo por Madrid: Rosales, Bravo Murillo, Prim, Espronceda... lo cual nos recuerda que es el XIX el siglo en el que Madrid deja de ser una simple corte para convertirse en la capital de una nación, con todas sus grandes dependencias administrativas e instituciones culturales, entre ellas el Museo del Prado, que aunque fundado por un rey absolutista como Fernando VII, es una de las grandes creaciones del Estado Liberal decimonónico, es decir, de la nación española.
Lo que podemos ver estos días en Caixaforum son pequeños canapés del gran banquete del Prado. Todo tiene un tono menor y exquisito, exceptuando las obras de Goya. Eso no es desmerecer una exposición de la que el visitante sale con el alma más ancha y la sesera más inquieta. Los diversos recorridos propuestos por los organizadores sirven para –además de pasear por Madrid, como sugería Compás– comprender un poco mejor ese siglo XIX en el que España tuvo que despedirse de su imperio y aprender a vivir como un país de segundo orden. Chapeau, por tanto, para El Prado y el banco valenciano.
Está muy bien que El Prado traiga a Sevilla estos retratos de espadones y prohombres, de mujeres bigotudas y hermosas cortesanas . Está muy bien, asimismo, que, dentro de su programa El Prado Extendido, tenga en depósito permanente no pocas obras en Sevilla y Andalucía (sin sus fondos nunca se hubiese podido montar el Museo de Málaga), pero hay una herida que sigue sangrando en nuestra ciudad: los cuadros expoliados por Napoleón que se quedaron en instituciones ubicadas en Madrid como el mismo Prado o la Academia de San Fernando. Obras de la Caridad, Santa María la Blanca o la Hermandad del Museo que fueron robadas a punta de bayoneta. Sin renunciar a su titularidad y a la de todo el pueblo español, El Prado debería estudiar la fórmula de que volviesen a Sevilla. Eso haría aún más grande al gran museo del que todos (o casi todos) nos sentimos orgullosos.
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