¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
El espectro de Paulina Crusat
Sevilla/Casado nunca ha tenido el respeto de los denominados barones. No nos engañemos. El PP no se ha recuperado del congreso del Hotel Marriot de Madrid donde Soraya Sáenz de Santamaría, la favorita de Rajoy (“Chichichí”), quedó orillada de la carrera hacia la presidencia del partido tras caer días antes la aviesa Cospedal, una que por cierto sabe bastante de espiar a compañeros de bancada. El PP no ha encontrado todavía el almax para reducir la acidez de aquellas primarias. ¡Si es que las primarias son un invento del diablo rojo, rojísimo! Casado tampoco se ha librado del barniz de niño de Nuevas Generaciones a los ojos de muchos de sus compañeros de formación y también de sus rivales. Tiene una fe ciega en su secretario general. Al menos de momento, que aquí todo cambia en un telediario.
Como dijo un día Rodríguez Ibarra, en política es posible cualquier separación desde que ocurrió la de Felipe y Guerra. Casado manda a un sitio de color especialmente marrón a quien ose criticarle a Teodoro García Egea. Que se lo pregunten a algún representante empresarial que se quedó sin ganas de colaborar más con Génova.
Para colmo la actual clase dirigente del PP ha nacido ya con la democracia plena y quizás por eso no valora que el sistema debe ser cuidado y mimado cada día como los jardines de rosas delicadas. ¡Política para adultos, que ya lo dice don Mariano! Algunos quizás no saben con qué están jugando porque no ven más allá de la baldosa de poder orgánico o de la extensa solería del poder institucional. Ni unos ni otros. El final a cortoplazo de esta vergonzosa contienda –al margen de los tiempos lentos que marque la Justicia– resultará de calcular en la balanza si tiene más peso un aparato nacional que carece de poder institucional o una dirigente autonómica que todavía goza del apoyo popular.
Ayuso tiene el comodín del público, una ventaja que ya hubieran querido Francisco Camps o Cristina Cifuentes, que cayeron por dos trajes y por dos botes de crema, respectivamente. El pueblo perdona en ocasiones muchas cosas porque sus veredictos responden a pautas emocionales, no a un juicio racional y técnico. Veremos quién es crucificado y quién asume el papel de Barrabás. Ninguno de los tres acaba bien. Porque el tercero es el partido. La izquierda radical sobreactúa. Pedro acaricia el minino. Abascal mide más que nunca. Cuando los enemigos directos se pelean se impone el respeto. Duelo de alacranes. Toca mirar.
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