Plazas duras como sus caras

Las plazas duras fueron diseñadas para desubicar a los ciudadanos, achicharrarlos y reducirlos a insectos

20 de diciembre 2016 - 02:34

Escribía el compañero Navarro Antolín: "El cementazo de la Plaza de Armas ha hecho sus bodas de plata en Sevilla hasta que, por fin, se ha aliviado un espacio urbano por iniciativa de Adif y Mercadona. La lista negra de los espacios duros de la ciudad se reduce, pero con una cadencia muy lenta". Y escribía la compañera María José Guzmán: "Espadas ha iniciado el proceso para ordenar y reformar el entorno de Santa Justa, que tendrá viviendas y uso terciario, algo esperado desde hace 20 años". Lo peor es que estos espacios intransitables -o transitables al precio de depresión o insolación por su agresiva desolación y su carencia de arbolado- no son resultado de la desidia que dejó una obra a medias, sino de proyectos deliberadamente diseñados para ser agresivos, ásperos y desacogedores: eso que los arquitectos llaman plazas duras, tan orgullosos ellos de deshumanizar los espacios públicos porque consideran lo amable una debilidad y lo acogedor una concesión.

De las siete artes la arquitectónica es la más impositiva e invasiva. De las otras seis podemos librarnos si sus obras no nos interesan. Nadie está obligado a ver una escultura (salvo que esté expuesta en público), un cuadro, una película o un espectáculo de danza, ni a leer un libro u oír una música. Pero todos estamos condenados a sufrir y usar las obras de los urbanistas y arquitectos. Este carácter público y obligatorio de sus obras debería invitarles -sin que renuncien a su creatividad- a ser más modestos, tener mayor empatía con los ciudadanos y esforzarse por hacer sus vidas cotidianas más amables. Desgraciadamente suele suceder lo contrario y actúan con la soberbia de quienes saben que, se quiera o no, sus creaciones (tantas veces deposiciones) son de visión y tránsito obligatorios.

Las plazas duras de Armas y de Santa Justa fueron diseñadas para joder a los ciudadanos, desubicarlos, achicharrarlos y reducirlos kafkianamente a insectos que las atraviesan en un desolador y abrasador desamparo. Adif y Mercadona han solucionado -¡dos décadas después!- el horror de la plaza de Armas y parece que Espadas, después que Zoido lo intentara sin éxito, hará habitable y transitable, humanizándolo, el espanto del desierto de Santa Justa. Quedan pendientes de solución otras muchas intervenciones tan duras como la cara de quienes las proyectaron, caso de ese yunque del sol que es la Avenida de la Constitución.

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