La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Más allá de la voz de la Laura Gallego
Sevilla/Para qué demonios tenemos teatros de varios tamaños y auditorios de sobra si al final los conciertos son en la Plaza de España. En tiempos se celebraban en los estadios de fútbol y, por supuesto, en la plaza de toros. Muchos recordarán el de Miguel Ríos en el Ramón Sánchez Pizjuán, el de Mecano en el Benito Villamarín, o el de Julio Iglesias en el coso del Baratillo. Ahora se trata de ocupar la Plaza de España con más o menos acierto. Los recintos deportivos no están de moda para los conciertos. La plaza de toros sí se emplea ocasionalmente con la ventaja de que la propiedad, la Real Maestranza, deja bien claras las condiciones de uso, por eso jamás se prostituye el espacio monumental. La arquitectura de Aníbal González es la preferida ahora para acontecimientos muy diversos, cuando muchos podrían tener cabida en un teatro.
Como se trata de desubicar, se ha puesto de moda hacer las cosas de siempre en lugares que no son los de siempre. Recuerdo el caso de José María del Nido, el presidente sevillista que comenzó a presentar los fichajes fuera del estadio. José Castro ha puesto ahora en servicio las magníficas instalaciones del antepalco y la planta superior, de tal forma que puede usted celebrar su cumpleaños o presentar el nuevo producto de su empresa en el recinto de sus sueños blanquirrojos. La desubicación es un recurso de márquetin muy usado. Hasta celebramos finales de fútbol de la Supercopa de España... fuera de España. Pero conviene tener criterios bien definidos cuando se trata de monumentos representativos de una ciudad. Los conciertos en la Plaza de España comienzan a ser como las coronaciones canónicas. Uno tiene la esperanza de que la moda pase, como superamos la de montar tinglados de larga duración en la Plaza de San Francisco, donde durante mucho tiempo era imposible admirar la fachada plateresca del Ayuntamiento. Se entiende la ocupación del espacio en Navidad como se comprende en Semana Santa. No se trata de no usar nunca un espacio público, sino de saber hacerlo con medida y decoro.
El otro día me llegó una fotografía de la Plaza de San Francisco tomada a las cuatro y media de la madrugada tras la cena de 430 invitados que Mario Niebla organizó en homenaje a Plácido Domingo: “Todo limpio y recogido. No hay ni una colilla”. Ni se alteró el espacio ni se dejaron huellas. Ni siquiera el fotocol ocultaba parte de la fachada. ¿Para qué apuestan por un monumento si luego tapan su belleza con paneles? La Plaza de España está estresada, como esos linces de Doñana que sueñan con un retrato de Pizarro como sus padres y abuelos soñaban con salir en un capítulo de Félix Rodríguez de la Fuente.
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