La lluvia en Sevilla
Carmen Camacho
Multicapa
No hay ningún estudio científico que relacione comer pipas saladas con las ganas de sexo pero bastaría encontrar un patrocinador aburrido para encargarlo y publicarlo. Elijan la correlación: ¿lo corroboramos o lo refutamos? ¿Queremos que sean afrodisiacas o todo lo contrario? Ya tenemos uno que nos sitúa a los andaluces como los más limpios de España (al menos somos los que más horas a la semana dedicamos a las tareas del hogar) y revela que, cuanto más espercojada (permítanme el palabro granaíno) y ordenada tenemos la casa, más proclives somos a echar un buen polvo. Lo de que sea bueno es relativo (también la pandemia nos ha vuelto más exigentes e irascibles) pero parece que no hay duda de que los saludables hábitos de limpieza que heredamos de los árabes, y que está intensificando la batalla contra el Covid de forma exponencial, hacen que nos sintamos más felices. Lo de las pipas también tiene su recorrido: nos gustan grandes, con sal y ahora preferimos comprarlas en los supermercados en lugar de en los quioscos. Otro estudio al gusto del consumidor: son nuestros frutos secos preferidos y el ranking lo encabezan las Facundo Extra Grandes, las Piponazo de Grefusa y las Aguasal de Mercadona.
Cuento todo esto entre perpleja y preocupada por lo que empiezan a advertirnos los expertos. Que nos hemos vuelto más adictos. A todo. Desde estos vicios banales a conductas de riesgo en modo de intoxicaciones, peleas y accidentes de tráfico. Es la consecuencia del aumento descontrolado de fiestas, botellones y reuniones masivas que estamos viviendo tras un año de restricciones y privación ambiental. ¿Es una impresión mía o este verano huele a maría más que nunca?
Y no nos lo pongamos fácil situando a los jóvenes en la diana. No son ellos precisamente -cada vez más ecologistas, vegetarianos y veganos- los que explican la crisis del chuletón. En un país con una envidiable dieta mediterránea hemos fabricado un problema de salud pública para terminar haciendo (mala) política con la "libertad de comer". Me pregunto si acertaremos más la intención de voto leyendo los restos del menú que haciendo sondeos; si acabaremos batallando contra los vicios por la vía soviética de los decretos. Putin no se corta. Se ve que también ellos se han desatado bebiendo y se habrá tambaleado su mercado de importación: a partir de ahora el término champagne se reserva para los vinos rusos y los franceses serán pobres espumosos…
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