La aldaba
Carlos Navarro Antolín
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Visto y Oído
HACE ya tiempo que la relación sentimental de Leonard y Penny importa bien poco. Sus actores, John Galecki y Kaley Cuoco, son fundadores de Big Bang junto a Jim Parsons, Sheldon, el personaje que ejerce la fuerza centrípeta sobre la que gira el resto la comedia heredera de la británica Los informáticos. Cada uno de los tres actores iniciales de la ficción de Chuck Lorre se lleva un millón de dólares por episodio, por lo que los guionistas deben dar un forzado sitio a la pareja ante el picajoso y cada vez más asexuado Sheldon, el que sostiene las réplicas de los demás. Howard siempre dio para una secuela propia hasta que le endilgaron a la exasperante Bernadette.
Big Bang debió extinguirse hace ya cuatro temporadas, por lo menos, pero la audiencia en todo el mundo aguanta la cuerda. En el regreso de la serie, novena temporada que anoche llegaba a Neox, se ha buscado un renovado tablero para que la panda de Pasadena siga removiéndose. Se han confirmado las sospechas con las que acabó la última tanda: Penny y Leonard culminan su boda, que no hacía falta, para estirar sus quieros y no puedos, pura extensión sexual resuelta con frustraciones de estos dos pasmarotes; y Sheldon y Amy (Mayim Bialik sigue siendo el personaje más hondo e interesante de esta comedia) rompen, por fin, replanteando al maniático físico su propio futuro e incluso sus inclinaciones sexuales, inclinaciones que por su ausencia aún pueden dar mucho de sí.
Big Bang sobrevive por los andamios que se colocan en torno a sus protagonistas. La táctica de siempre para sostener una ficción que rinde y que su público fiel acepta aun en sus más reiterativas situaciones. Y Sheldon es el inevitable centro de este bucle de risotadas.
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