¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
ACEPTEMOS que la amnistía es un instrumento para lograr la convivencia en Cataluña, admitamos que Puigdemont sea un beneficiario imprescindible para instalar la concordia, demos por constitucional la proposición de ley e, incluso, reconozcamos en Junts una tímida voluntad de cambio al renunciar al referéndum unilateral, pero lo que es inadmisible es culpar al PP del delirio independentista que culminó en octubre de 2017 por una supuesta falta de diálogo.
Inadmisible e indignante por cuanto supone una revisión de la historia que niega la propia argumentación del perdón al señalar como responsable a quien intentó con más o menos acierto detener la deriva independentista para ocultar al culpable.
Inadmisible y oportunista. “La receta del PP –señaló Pedro Sánchez en su investidura- condujo al desastre en Cataluña. Nosotros apostamos por el diálogo y el perdón”. No, Pedro, no, el PSOE votó a favor de aplicar el artículo 155 de la Constitución en una sesión histórica del Senado y respaldó a la Fiscalía cuando ésta acusó a los dirigentes independentistas de rebelión, cargo rebajado al de sedición en la sentencia del Tribunal Supremo.
El Gobierno de Rajoy lo intentó todo, y si hubo juego sucio con la operación Cataluña, también tendió la mano de Soraya Sáenz de Santamaría, aceptó la intermediación final del lehendakari ante Puigdemont e, incluso, votó a favor de los presupuestos de la Generalitat en febrero de 2012 cuando Artur Mas aplicaba con rigor prusiano los recortes de los servicios públicos.
Porque éste fue el desencadenante de la deriva independentista. Asediado por ERC y las CUP a causa de un austericidio militante que le llevó a cerrar plantas de hospitales, Artur Mas exigió a Rajoy el concierto fiscal, la cesión de los impuestos bajo una fórmula parecida a la foral, bajo el chantaje de convocar un referéndum de independencia. Ante la negativa del Gobierno, lo hizo y eso fue la consulta del 9 de noviembre de 2014, organizada y ejecutada sin la oposición frontal del PP.
Después, Mas rompió con el PP, inflamó la acusación de que España les robaba, se echó en manos de ERC y cedió el mando a un independentista como Puigdemont que llevó el delirio hasta el extremo final de proclamar la independencia. No, Pedro, eso no se debió a ninguna falta de diálogo, sino a todo lo contrario, a demorar el 155 y a no ceder ante un concierto –este sí– que rompería la España actual.
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