La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La sanidad funciona bien muchas veces en Andalucía
En la Ejecutiva socialista del lunes, el Consejo de Ministros del martes, el balance prevacacional del miércoles y la carta a los militantes del PSOE del jueves, Pedro Sánchez ha defendido sin ambages la Monarquía parlamentaria encarnada por Felipe VI y la plena vigencia de la Constitución de 1978, las dos cosas que cuestionan activísimamente su vicepresidente y cuatro de sus ministros.
Si, como piensan algunos, estamos ante una muestra más de la habilidad del presidente para extraer beneficio personal de las situaciones más negativas y delicadas (aumenta su poder sobre el Rey y ningunea a Pablo Iglesias), importa menos que el hecho objetivo de que Sánchez ha cortado por lo sano la marea antimonárquica y anticonstitucional desatada por la salida de España del Rey emérito y derrochón (derrochón de su reputación ética y política por una mezcla explosiva de codicia y desorden sentimental).
Nunca hemos sido testigos de una defensa más ardorosa y menos ambigua de la Constitución por parte de Pedro Sánchez. En su carta a la militancia afirma que "la Constitución no fue una cesión ni una concesión (...). Como partido fuimos arquitectos de una Constitución que propició una de las veinte mejores democracias del mundo". Durante todo el conflicto de Cataluña ha hablado de diálogo y mesa de negociación con los que impugnan la soberanía nacional y la Monarquía, ahora dice que "somos leales a la Constitución, a toda, de principio a fin, y la defenderemos a la dura y a las maduras".
Tiene mérito porque quienes rechazan la Constitución son los que lo llevaron a él a la Moncloa y en ellos confía para sacar adelante los Presupuestos de 2021, única garantía de supervivencia de su Gobierno. A algunos los tiene a su lado, quitándole el sueño, y a otros enfrente, con el chantaje permanente de los presos y el referéndum para la independencia. Los dos elementos, dentro y fuera, preparan una ofensiva general (cambios en el callejero, retirada del título de emérito, comparecencia de Felipe VI y su padre en el Congreso, referéndum Monarquía-República) que con el pretexto de castigar las andanzas de Juan Carlos I pretende cobrarse una pieza mayor: el régimen del 78. El mejor de la Historia.
Será una campaña llena de ruido y furia que no conducirá a nada (renuncio a identificar al idiota que la va a contar, según la famosa frase de Shakespeare). Si acaso, a la ruptura del Gobierno de coalición. Sería lo último que querría Pablo Iglesias.
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