La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La Sevilla fina en la caja de Sánchez-Dalp
LA política es peor con tipos como Óscar Puente, el frailuco Salvatore de El Nombre de la Rosa convertido en aspirante a ser la reedición de aquel dóberman del PSOE tardofelipista. Uno de los encantos de la democracia es que cualquier ciudadano puede ser diputado. Y otro es que algunos podemos practicar el deporte de riesgo de opinar que hay que tener muy poco perfil institucional para mandar a un banderillero de cuarta categoría a replicar en nombre de un partido centenario a un candidato en una sesión de investidura. Así respeta Pedro Sánchez la Cámara Baja. No se molesta en subir a la tribuna, se queda en el escaño convertido en el triclinio de un decadente patricio romano. Se retrata tanto por no dar la cara como por enviar a un ex alcalde del que sabe perfectamente que representa al líder macarra de la pandilla, icono preciso de la degradación de la vida pública. Pedro le mandó a Feijóo lo mejorcito de su casa. No hay duda de que Sánchez va en la cuadriga y maneja con habilidad a sus dóciles corceles. Sabe qué tipo de mensaje envía no solo no replicando él mismo a Feijóo, sino enviando a un producto perfecto de la política actual.
El feo no es a Feijóo, sino al Congreso de los Diputados. Pero, claro, Pedro vuela muy por encima de las nubes, solo hay que ver que sale del coche oficial casi levitando mientras juguetea narciso con el botón superior de la chaqueta. No hay duda. El hombre está enamorado de sí mismo. Solo importa la dichosa resiliencia. Solo vale aguantar, aguantar y aguantar al precio que sea. Exponerse lo justo, chulear y humillar al rival si se tiene la ocasión de hacerlo, ser el protagonista por la vía activa o pasiva, por la presencia (hasta en la sopa) o por la calculada ausencia (en el turno de oradores). Sánchez usa a sus colaboradores a conveniencia, como pañuelos de papel. Todos los altos mandos tienden a hacerlo, pero es que este Pedro parece que se recrea en la estrategia. Mueve peones como Puente, que perdió la Alcaldía como tantas otras víctimas del sanchismo en las municipales. Envía a los alfiles de los ministerios al Tribunal Supremo o a la Fiscalía General del Estado. Castiga a uno al dulce retiro de la presidencia de Paradores y después lo rescata. Y así se pueden enumerar los casos como cuentas de un rosario interminable.
No hay límites, no hay respeto a las altas instituciones, no hay más criterio que el mantenimiento del poder por el poder. ¿Alguien tiene todavía duda de que sufrimos al peor presidente del Gobierno de la democracia? Quería seis debates en campaña, pero ayer no subió a la tribuna. No da la talla, pero es perfecto para el tiempo que le ha tocado vivir: el de la degradación de la vida pública.
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