¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Capitanía y los “contenedores culturales”
HAY palabras que se van perdiendo irremediablemente. Es lo que les está pasando a cerro y sostén, hoy sustituidas por las mucho más insípidas colina y sujetador. Algunos topónimos urbanos también se van diluyendo hasta perderse para siempre o ser vamparizados por nuevas denominaciones que, muchas veces, responden a una lógica mercantilista. Una amplia parte de la zona conocida como la Enramadilla es nombrada hoy como Viapol. No sólo se pierde una palabra, sino la evocación de un tiempo y un paisaje ya idos. Enramadilla, diminutivo de enramada, hace referencia a esas empalizadas naturales que forma la vegetación entrelazada y que se podía aprovechar para guardar el ganado. No se puede comprender buena parte del nomenclátor de la Sevilla periférica si no conocemos cómo eran las afueras agropecuarias de las ciudades del Antiguo Régimen, espacios compuestos por huertas, ejidos, arrabales, quemaderos, muladares, caminos y cruces, humilladeros, ermitas, fincas de recreo, fuentes, ventas... En el caso de Sevilla, además, es muy patente la huella que dejó un hito tan importante para su historia como fue el cerco y la conquista de Fernando III de Castilla, de ahí la calles Campamento o Muro de los Navarros, Montequinto, Cortijo de Cuarto, etcétera.
Pero volvamos a esos topónimos que se están convirtiendo en espectros a punto de esfumarse para siempre. Uno muy evidente es La Pasarela, término que evocaba el paso elevado de hierro fundido, al estilo Eiffel, que se ubicaba donde hoy se encuentra la fuente de las Cuatro Estaciones realizada por Manuel Delgado Brackenbury, en el estuario de la calle San Fernando. La Pasarela, que sirvió como portada de la Feria de Abril durante años, fue derribada muy temprano, a principios de los años veinte del pasado siglo (esas salvajadas que periódicamente se hacen en esta ciudad), pero su recuerdo quedó grabado en la memoria de generaciones de sevillanos, que siguieron denominando así durante décadas a la zona donde se encontraba. Incluso llegó a dar nombre a una de las galerías de arte históricas de Sevilla y aún hoy existe el hotel Pasarela, frente a Capitanía, que casualmente atesora una muy interesante colección de arte. Sin embargo, el topónimo Pasarela se empezó a perder hace unos treinta años. Y no lo digo con nostalgia ni pesar, sino como mera constatación. La Pasarela, que fue vendida al peso a los chatarreros, se ha convertido en algo perteneciente al más remoto pasado. Ya no vive en la lengua de los sevillanos. Ha encontado su segunda y definitiva muerte.
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