Monticello
Víctor J. Vázquez
El auxilio de los fantasmas
PASA LA VIDA
YA era hora de que una hermandad sevillana se tomara en serio el sentido penitencial de las procesiones al margen de la meteorología. Vera Cruz fue ayer a la Catedral con todos sus nazarenos, que es lo que deben hacer todas las cofradías llueva o escampe. Es correcto que los pasos con las imágenes devocionales sólo salgan a la calle si no hay riesgo de chaparrones. Y si irrumpe la lluvia y les coge en pleno recorrido, es prioritario que sean cobijados lo antes posible, para proteger los bienes más preciados de la hermandad. Pero, a partir de ahí, todos los hermanos con antifaz camino de las naves catedralicias, y después de regreso a sus parroquias para completar la experiencia. Eso le reporta a la Semana Santa autenticidad. Y no exenta de belleza y emoción, porque un cortejo de nazarenos cuyos cirios sean la única luz de las calles y plazas, en un ambiente de silencio y recogimiento, es consustancial al rito. Si todo pivota únicamente en función de los pasos, se desequilibra su cariz hacia el de espectáculo. El poder de la costumbre no le resta un ápice de incoherencia a esas escenas de suspensión de la cofradía, aunque las nubes no descarguen ni una gota, y todo porque los cristos y las vírgenes se quedan en el lugar donde reciben culto.
Felicito a Vera Cruz por llevar la contraria a un contrasentido. Quienes pugnan por ser los mejores intépretes del sentir cofrade eluden estas cuestiones. Exacerban la idolatría, encabalgan la metáfora, se elevan hacia el éxtasis y nunca tienen tiempo para hablar de lo terrenal porque eso comporta deshacer el hechizo de luna e incomodarse con la hinchada que solo espera de ellos la evocación de lo absoluto. Y se supone que quienes se visten de ruán o de terciopelo, descalzos o no, siguen los pasos y las enseñanzas de Jesús de Nazaret, que no llamó al servicio de meteorología de Poncio Pilato ni para expulsar a los fariseos del templo ni para sacrificarse por los demás.
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