21 de septiembre 2021 - 01:47

Se ha convertido en mi palabra de este curso. La uso a modo de conjuro. Quizá también ustedes, en su día a día, han percibido que en estos momentos el ritmo se precipita a cada paso. Señal de que el coronavirus está menguando, aunque sabemos por experiencia que no debemos fiarnos de la euforia intrépida. Entre lo poco bueno que ha traído esta tragedia cuento el hecho de que la prisa en los trabajos y el consumo se aplacó un poco. Ciertamente, fue cándido pensar que aquel compás de espera nos hiciera reflexionar y cribar el grano del polvo y de la paja. Ha sido retirarse una mijita el bicho y regresar el fragor, pasado de revoluciones, de los trabajos y los días. Quizá incluso haya un poco más de ansia y bulla. En la radio escucho hablar de "recuperar el tiempo perdido"; los políticos regurgitan la expresión "velocidad de crucero". La famosa recuperación parece llevar asociada el acelere vital. No sé yo hasta qué punto eso es bueno. Sobre todo cuando apenas hay señales de que el propósito sea, más que volver a lo de antes, hacer las cosas mejor que entonces, y sin dejarnos a nadie atrás. Aquí estamos de nuevo, aflatados en una carrera en la que no nos preguntamos lo bastante ni por qué ni hacia dónde. Lo mismo que se aceleran los trabajos, aprietan el paso los placeres. Consumir y tirar rápido y chutarse estímulos cada vez más aprisa son enganches consolidados en demasiadas cabezas. Y en los corazones, pues la comunicación y los vínculos se suceden por encima y a lo loco. Deje sin contestar un mensaje, verá la que se monta. Hay quien piensa que la gente también es de usar y tirar, y rapidito. Así no hay quien disfrute del paisaje de la vida, que es lo mínimo a lo que podemos aspirar en este mundo.

Clama al cielo que no ir dándonos con los talones en el culo sea un lujo. Más aún, que el ir despacio también sea un objeto de consumo, y al alcance de unos pocos. El currito, a correr, que los restaurantes slow food y los hoteles digital detox son para quienes la factura de la luz no les roba el sueño. La ansiedad y la angustia se solucionan con menos medicación y más medidas contra la precariedad y contra las adicciones al "lo quiero ya" y el "los pantalones que todas quieren llevar este otoño". La prisa y ansia que se respira en el ambiente se nos mete por los poros de la piel. Bailar al propio ritmo sin que nos aplaste la exigencia de la producción y el consumo acelerado va a ser, ahora más que nunca, un asunto de valientes.

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