La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Sevilla/Hay ocasiones en que Sevilla sí parece la ciudad de las personas de aquel lema del alcalde que más ejerció en el cargo, Alfredo Sánchez Monteseirín. O una urbe habitable que verdaderamente tiene en cuenta al vecino. Sus necesidades, su bienestar, su descanso. Nos privan de tantos árboles, de tanta sombra, de tanto espacio de calles y plazas que los sevillanos nos sentimos muchas veces los últimos monos de la ciudad. En los últimos meses hay una novedad en las paradas de los autobuses de Tussam que llama verdaderamente la atención, una medida de los años de gestión del teniente Cabrera que el supergerente Torreglosa, el deseado por los sindicatos, debería potenciar para que todas, absolutamente todas las paradas, tengan el denominado apoyo isquiático. Supone todo un alivio para los sufridores de problemas de espalda a los que viene mejor estar de pie, pero con cierto alivio, que permanecer sentado. Se trata de un asiento en vertical muy habitual de la sillería de los coros de las catedrales, como las de Sevilla, Toledo y Salamanca. En muchos casos son resaltos esculpidos que asoman cuando el asiento abatible está cerrado. Cuando efectivamente lo está, la misericordia actúa como punto de apoyo para el canónigo de turno que parece estar de pie en el sitial cuando en realidad está medio sentado... o medio de pie. Mucha Sevilla hay en eso de aparentar que uno está cuando no está o que uno es lo que no es.
Las paradas de Tussam no tienen misericordias tan disimuladas como las de las artísticas sillerías, pero bien que se agradecen para que no sufran los las vértebras. Estas paradas reconcilian con la gestión municipal, como cuando los parques están limpios, tienen sus monumentos en buen estado de conservación, los árboles son frondosos o hay hasta aparatos de gimnasia para los mayores y columpios para los niños. Una parada con marquesina y misericordia es de diez, porque todavía hay demasiadas que no tienen la una ni la otra. Da pena ver esas paradas desnudas, tan sólo con el poste y el cartel con el número de la línea. Son terribles cuando llueve, ventea, hace calor y, sobre todo, el autobús acumula retraso. En las paradas con misericordia se espera aliviado y con la dignidad de un canónigo que aguarda al obispo en la Puerta de los Palos. La calidad de vida en una ciudad se aprecia en estos detalles. Por eso disfrutamos con estas paradas premium proyectadas para la comodidad del usuario, pero sufrimos con el destrozo de un crucero histórico, pero histórico de verdad, como el de la Plaza de Santa Marta.
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