La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La sanidad funciona bien muchas veces en Andalucía
Respeto a quienes ven esos programas, que por las cifras de audiencia deben ser muchos; no puedo respetar sin embargo a quienes los programan, que por los dividendos a repartir deben ser pocos, pero el otro día hice una excepción y me quedé pegado al televisor ante esa bazofia que sin embargo me consta que tiene a un buen número de intelectuales entre sus aduladores. Ya saben a qué programa me refiero y la cadena que lo emite.
Los integrantes de esa mesa o tertulia o sanedrín o merendola desahogada se dedicaban a despellejar a Isabel Preysler y a Mario Vargas Llosa a cuenta del casoplón que tienen en Madrid y del famoso acertijo doméstico del número de sus cuartos de baño. No dejaban de darle vueltas a la cifra excesiva de gabinetes de inodoros, a esa zona en la que como bromeaba Sabato en Sobre héroes y tumbas en los locales públicos se lee Caballeros y Señoras aunque uno pierda la condición de tal cuando entra a confesarse.
Conforme la maquinaria avanzaba en su inquina contra la pareja, iba sintiendo una curiosa solidaridad con ambos, una paradójica compasión hacia personas que para nada son menesterosos. A mí nunca me han interesado los cuartos de baño de Vargas Llosa sino sus novelas y sus esclarecedores artículos. Entiendo que en esos programas de supuesto entretenimiento se le atice por razones extraliterarias por la tendencia inalienable del escritor de Arequipa a decir siempre lo que piensa.
En esa faena de acoso y derribo, que siempre se aliña con la repetición hasta el hartazgo de una serie de imágenes de archivo, yo empecé a darle la vuelta al argumento. Me fijaba en el gallinero catódico y pensaba los años que esta gente llevan pontificando sobre famosos, famosillos y candidatos a serlo y que por esas cifras de audiencia no lo harán gratis ni para ninguna ong. Yo no pensaba en la casa y los cuartos de baño de la Preysler y Vargas Llosa sino en los de esta caterva de un nuevo Santo Oficio de vecindonas de corrala.
Al menos hay que agradecerles que por unos minutos subieran el nivel de los protagonistas de su faunario. Hablaban de la reina de la prensa del corazón y de un Nobel de Literatura, versión sofisticada del príncipe y la corista. Porque lo normal en ese tipo de programas es que aparezcan figurantes, secundarios, deudos de deudos, en una interminable genealogía de nimiedades, de infidelidades subordinadas, de chismes gratuitos de nombres por completo ajenos, aunque algunos de ellos podrían encontrar acomodo en las páginas de Pantaleón y las visitadoras. Nombres con los que imagino que los incondicionales del programa se van familiarizando y en los que vale desde un marqués en almoneda a una cocinera bilingüe. Sólo les faltan los subtítulos, porque cada vez que los veo de refilón utilizan unas claves ininteligibles de cine de arte y ensayo.
Supongo que en las escaletas estarán previstos los saltos de vulgaridad y mordacidad, ese falsete de controversias por unos celos, un desplante en el aeropuerto o un cambio de colegio de la nínfula. Por la sacrosanta y búlgara audiencia.
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