¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Estaban enfrente de mi ventana, en una de las cuerdas de un soporte de la Plaza Nueva. Apretados, negros, del mismo tamaño aproximadamente. Vencejos o gorriones o vete tú a saber, que mi conocimiento en ornitología es parejo al de la física cuántica. Solo sé que eran pájaros mojados como el título del deslumbrante libro de relatos de Virtudes Olvera.
Andamos estos días haciendo listas de casi todo, como cada final de año: los mejores libros, las mejores/ peores noticias, los protagonistas del año. Es una costumbre que nos encanta a los periodistas y que obliga a elegir y a ordenar, tal cuando pones los calcetines más nuevos en el cajón dejando a los maltratados detrás, como si un inspector de aduanas viniera a abrirte la cómoda del dormitorio. Veo en los suplementos culturales y en las redes listas variadas de los libros más vendidos o más leídos o aquellos que según quién considera merecedores de encabezar la carta a los Reyes Magos o el buen uso de una probable paga extra (que no propina, esa trampa de quien no respeta la dignidad de los salarios). Algunos tan recomendables como los últimos de Sara Mesa, Isaac Rosa, Juan Tallón o Miguel Ángel Oeste están en casi todas las sugerencias, porque lo merecen. O de la recientemente fallecida Nélida Piñón, esa gran escritora que fue tan generosa como para prestar elogiosas palabras en la solapa de la novela de una primeriza como yo. Y luego hay pequeñas joyas, menos comentados, más discretos, que nos dan la alegría del hallazgo y las irresistibles ganas de compartirlos. Los pájaros mojados en un cable de luz -editorial Esdrújula- es el primer libro de relatos de Virtudes Olvera que nos ha descubierto a la escritora. Nada sabíamos de Virtudes y aunque en la solapa se nos diga que nació en Girona, que volvió a la casa del padre, la tierra de los padres, en Granada, que se puso la toga de abogada y que fue capaz de presentarse a unas oposiciones y ganarlas, cuánto adivinamos gracias a su mirada y a estos cuentos que nos devuelven la fuerza de los relatos de Aldecoa, de Carnés, de Matute. Porque da igual si la autora ha mirado la realidad o la ha imaginado. Nada importa si es ficción pura o hay un poso autobiográfico en sus historias. Nos importan, nos conmueven los hombres y mujeres capturados como pájaros que han detenido un vuelo, personajes que no buscan autor sino unos ojos que los lean para existir. Y existen. Relatos que nos devuelven la memoria en algunos casos o nos ponen ante un espejo que a veces preferimos no ver. Vidas trémulas, pero agarradas al cable de la luz con la fuerza de la supervivencia. Qué milagro encontrar una mirada tan honda y tan sólida entre tanto ruido. Al fin y al cabo, como gusta recordar a Alberto Manguel, el rey de los lectores y las lecturas, leer es la forma más libre de estar vivo. Como pájaros.
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