La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El alcalde de Sevilla no tiene una varita mágica
EN junio del pasado año, cuando el ecuador de su tercer mandato como regidor fue celebrado por sus huestes como una victoria -momentánea- en la guerra con la dirección del PSOE de Sevilla, Alfredo Sánchez Monteseirín se atrevió a confesar que su aspiración política consistía en permanecer en la Alcaldía hasta 2020. Alguno de sus más directos colaboradores se puso lívido: el jefe no tenía la menor intención de renunciar. Ni a tiros. Mientras más voces -algunas, por cierto, bastante autorizadas- sostenían que reincidir en la fórmula Monteseirín no haría más que perjudicar al PSOE, más obsesionado estaba el regidor en seguir en su puesto. Cuestión de carácter. Tal fin justificaba además la utilización cualquier medio que fuera necesario para imponer su particular visión de la realidad. La moral, en lides políticas, siempre ha sido una carga demasiado pesada. Sobra.
Nueve meses después las cosas han cambiado. Hasta el punto de que José Antonio Griñán forzó ayer al regidor a confirmar en público su propia marcha. Quien lo conoce sabe que el tono de su voz en el corte emitido por Canal Sur Radio no era precisamente de felicidad. Más bien tenía algo de enfado contenido por el hecho de tener que poner de verdad punto final a una etapa de más de una década en la que ha gobernado una ciudad difícil, tan poco amante de los cambios como de la verdad, y extraordinariamente cruel con las almas cándidas.
No es éste su caso. Ni su situación, aunque ayer se presentara como víctima de una "campaña obsesiva de acoso". Monteseirín dice adiós -sin confirmar aún si su marcha será inmediata, algo a concretar a medio plazo o cosa de cuando termine el mandato municipal- no sólo obligado por las circunstancias políticas objetivas, sino por la evidencia de que el tiempo de juego que le resta será más bien una continua sucesión de malas noticias en las cuales el fantasma de la corrupción irá haciéndose más próximo cada día.
La ratificación por parte del Tribunal Supremo de la condena por las facturas falsas del distrito Macarena ha sido quizás el punto de inflexión. Una persona de su antiguo entorno personal va a ir a la cárcel. Frente a este hecho, tan rotundo, la usual retórica no sirve. Mercasevilla, el nuevo frente judicial, todavía no ha llegado a tal extremo. Todo hace indicar, sin embargo, que ciertos hombres de su confianza -que cada vez son menos- se verán salpicados por las consecuencias, directas e indirectas, del supuesto desfalco de esta empresa pública.
Ambas circunstancias marcan la coyuntura. Igual que la nula sintonía con la dirección provincial del PSOE, que fracasó en su día en la operación para sustituirlo por Emilio Carrillo. Paradójicamente, en la Ejecutiva de José Antonio Viera el deseo ahora es que Monteseirín agote, siquiera formalmente, el mandato para impedir que una salida antes de tiempo termine condicionando la elección del partido, que ahora apuesta por Juan Espadas, consejero de Vivienda y Ordenación del Territorio de la Junta.
No son éstas sin embargo las únicas causas de la renuncia de Monteseirín. Hay otras. Las verdaderas razones son, en realidad, previas a los episodios de supuesta corrupción avivados por el PP para hacer perder el equilibrio a un político que, debido a sus propias decisiones, en realidad hacía mucho tiempo que había volado sus propios puntos de apoyo. Se había, por así decirlo, cortado los pies.
El orto de Monteseirín, como es sabido, fue cosa de los andalucistas, que le auparon a la Alcaldía en 1999 -frente al PP- gracias a un pacto de gobierno cuyo objeto era hacer el Metro. Su ocaso, en cambio, comienza en un momento indeterminado del primer año del tercer mandato, cuando el PSOE federal encarga estudios demoscópicos específicos sobre su gestión.
Estos informes, cuyas primeras versiones están fechadas incluso antes de la salida de Emilio Carrillo del Ayuntamiento, cuando el clan Monteseirín -en el que milita Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, aunque ahora éste marque ciertas distancias para no quedarse fuera de juego- fue objeto de un análisis específico por parte del equipo de Julián Santamaría, uno de los expertos en sociología electoral cuyo criterio cuenta con más peso en el seno de la organización socialista. Su conclusión, que desde entonces no ha hecho sino confirmarse a tenor de los estudios posteriores realizados, es que el talón de Aquiles del gobierno local no es fruto de ninguna conspiración, sino pura y simple consecuencia de él mismo. De su forma de hacer las cosas. Sencillamente: los sondeos de opinión confirman que el problema de Monteseirín no es ni su alto grado de iniciativa política ni su talante, personal, sino simplemente su notable "falta de eficacia". Punto.
Así, al menos, lo piensa un 60% de los encuestados. Seis de cada diez. Una proporción que tratándose de un alcalde con dos mandatos previos -ocho años- en su haber resulta políticamente llamativa. Casi escandalosa. Según estos datos, apenas un 36% de los votantes ven en la figura de Monteseirín a un político eficaz. Si la pregunta a los encuestados es si lo ven como "un buen alcalde para Sevilla" la respuesta negativa suma hasta un 56% frente a un 39%.
La imagen pública de Monteseirín nunca fue buena. Llegó al cargo con el beneficio de la duda pero al poco tiempo desveló una de sus obsesiones: forzar que le dieran la razón a cualquier precio. Por encima de los datos objetivos. Durante la etapa de cohabitación con el PA quizás tal actitud fuera lógica: reinaba pero decidía bastante poco. Tras 2003, cuando se cerró el acuerdo con IU, ya parecía algo gratuita. La insistencia en sus rasgos más autoritarios fueron dibujando ante los ciudadanos, según los estudios demoscópicos, la idea creciente de que no era un alcalde adecuado para la ciudad. Éste era, al menos, el juicio del 76% de los encuestados por el PSOE federal. De ellos, más de la mitad declaraban ser votantes del PSOE. Ni siquiera le daban a Monteseirín la opción de optar a la reelección y perder: la urgencia de cambiar de regidor era una opinión expresada por casi el 64% de los encuestados (un 41% de estos votantes eran del PSOE); un 83% de ellos, además, veían "bueno" para Sevilla un relevo en la Alcaldía. Idéntica idea era lugar común para el 98% de los votantes del PP -algo obvio- pero también entre los simpatizantes de IU (88%) y del PSOE (68%). La cosa era claramente personal: los partidarios de que el PSOE dejase de gobernar eran menos de los que rechazaban a Monteseirín. De ahí la teoría de que el factor Monteseirín perjudicaba a la marca PSOE. El alcalde, hasta ayer, siempre lo negó.
Otras certezas alimentaron esta tesis. Si la imagen del alcalde se contrastaba con la del partido, perdía. Ninguno de los grupos políticos municipales eran aprobados por los ciudadanos, pero el socialista quedaba siempre muy por encima de PP e IU. La gestión municipal -identificada siempre con el regidor- era otro cantar, al ser mayoritariamente criticada por los encuestados. La idea de que desde las elecciones de 2007 la ciudad había empeorado ganaba adeptos. No eran pocos: casi el 47% de los consultados. Los optimistas no sumaban más de un 26%. El descontento era sensiblemente creciente en los votantes del PSOE e IU, los dos partidos del ejecutivo local. En ambos casos, más de un 27% de los consultados por el equipo de Julián de Santamaría recelaban del gobierno local. Las opiniones negativas, fruto de la ineficacia, crecían en número medida que el nivel de formación y de estudios se incrementaba. Sin embargo, no había vuelco: quienes más criticaban a PSOE e IU no veían forzosamente una alternativa en el PP. Votaban por rechazo, más que en positivo. La tendencia general -como han confirmado otros sondeos- es favorable al PP por la fidelidad de su electorado, su capacidad para fagocitar al PA y la posibilidad de que un 10% de los votantes socialistas pudieran votar a Zoido. Poco más. El gran error de Monteseirín acaso haya sido ignorar el título de la célebre farsa de Luigi Pirandello: "Así es (si así os parece)". Todo lo que parece ser, termina siendo.
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