¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Cada vez que me sitúo delante de una página en blanco, en la que colocar unas cuantas palabras en el orden adecuado para hacerles llegar a ustedes una historia o una opinión, lo primero en que pienso es en cual es el objetivo por conseguir. ¿Se trata de lanzar mi enfado por algo que ha ocurrido? ¿O de aplaudir el acierto de alguien? ¿O darles a conocer algún hecho o historia que pueda divertirles? Ustedes dirán, que ya soy suficientemente mayor como para después de más de 42 años dedicado al periodismo tener claras las razones de tanto empeño; y, sin embargo, no hay día que no me pregunte cual es el sentido de nuestro trabajo. Porque en una sociedad dominada por los resultados , por el anhelo de eficiencia y las crisis de todo tipo ; dedicarse a indagar sin que aquello que encontremos mejore la salud de los ciudadanos , ni resuelva conflictos políticos o agrande el alma del mundo por nuestras enseñanzas , convierte aquel viejo deseo periodístico de "informar, formar y entretener", en algo viejuno y desacertado , ya que hoy la información se fabrica a base de costosas campañas de marketing más que con hechos; son las escuelas las que enseñan ; y algunos políticos y cómicos se encargan de divertirnos. Así que escribir debe de ser por otras razones. Y no, por dinero no nos dedicamos a esto.
En la reciente Feria del Libro de Madrid, un amigo y yo intercambiamos regalos en forma de novelas y ensayos. El me regaló un par de novelas gráficas. Yo la última de Reverte y el Manifiesto sobre La utilidad de lo inútil de Nuccio Ordine. En este brevísimo texto se reflexiona sobre qué le pasará a nuestra sociedad si sólo actuamos buscando beneficios económicos guiados por ese Dios al que llamamos rentabilidad. O lo que es lo mismo, ¿de qué sirve eso que denominamos cultura? Quizás nuestro papel sea descubrir en medio del caos en el que vivimos, aquello que no forme parte de él, que infunda esperanza y nos anime a luchar en favor de todo lo que supongan más estrellas en el horizonte y menos oscuridad. Eso no sirve, no cuenta en los términos que la ley del mercado exige en la actualidad, suena a utópico, a blando. En su obra Utopía, Tomás Moro describe a los habitantes de una isla en la que aborrecen tanto el oro, que lo utilizaban para la fabricación de orinales. Moro murió decapitado por sus ideas; su ejecutor Enrique VIII es uno de los personajes más conocidos de la historia. Creo que nuestro oficio consiste en explicar que Moro fue mucho mejor que él.
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