La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La sanidad funciona bien muchas veces en Andalucía
Bienvenida Suiza a la cita crucial en San Petersburgo, nos decíamos, ilusos de nosotros, porque hay que ver lo que los helvéticos nos hicieron pasar. La ruleta rusa de los penaltis dictó sentencia tras un partido que resultó igualadísimo hasta que a diez minutos del final fue expulsado Freuler. Pero hasta entonces, hasta podíamos asegurar que en una pelea a los puntos, posiblemente hubiéramos caído ante un equipo tan bien puesto.
Hasta una hora de juego pasó entre el regalo suizo y la contraprestación española para que el omnipresente Shaqiri estableciese las tablas. Aquel pelotazo de Jordi Alba que Zakaria le puso imposible a Sommer hizo abrir una corriente de optimismo que no se correspondería con lo que iba a pasar. Iban sólo ocho minutos de juego y tomó fuerza el sentido de qué bien que fuese Suiza y no Francia la que nos aguardase a orillas del Neva y a un naranjazo del Hermitage.
Sensaciones equivocadas, ya que Suiza corregía y mejoraba la impresión que dio al mundo la noche con los franceses. Organizados y sincronizados con precisión de relojero y bastante más intensos que los nuestros, el partido corría y no le veíamos futuro a la cosa. Eso aun con el marcador a favor, ya que cuando en el minuto 68 surge la tarugada que no falta a cita en nuestro sistema defensivo, todo pinta mal. Luego, un rayo de esperanza con la expulsión de Freuler, pero...
Suiza desempolvó aquel beton que tanto popularizó en los cincuenta y con todo el equipo atrás y un Sommer inspiradísimo, si el partido no tiene final no habría funcionado el electrónico. Y la tanda de penaltis se emboca con pesimismo, se acrecienta con el fallo inaugural de Busquets y suena a liberación eufórica cuando Oyarzábal marca el del triunfo. Ahora nos espera Wembley el martes y ojalá este chute de optimismo palie un estado físico que no parece muy alto. En fin...
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