¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
El arte de renombrar un puente
Editorial
CON la solemnidad y la espectacularidad previstas, Barack Hussein Obama juró ayer su cargo de presidente de los Estados Unidos de América. Pronunció un discurso inspirado en el espíritu de los fundadores de la nación y en las ideas de algunos de los presidentes que dejaron huellas más profundas. Un discurso dirigido a los norteamericanos y, también, como no podía ser de otro modo, a los ciudadanos del mundo, que se alejó voluntariamente de las promesas para centrarse en las grandes ideas que marcarán su mandato. De entre ellas hay que destacar una apelación inicial al sacrificio y el esfuerzo de cada uno de sus conciudadanos, invitados a reconstruir los valores de la nación, por los que tantas generaciones anteriores lucharon hasta el heroísmo en muchas ocasiones. En segundo lugar, Obama se refirió a la crisis económica derivada, según dijo, de la avaricia y la irresponsabilidad de algunos, para desacralizar el mercado, comprometiéndose a consolidar y mejorar los mecanismos de control, ya que "una nación no puede prosperar cuando se beneficia sólo a los poderosos". La declaración constituye una enmienda a la totalidad de la era Bush, más profunda aún en el tercer aspecto fundamental de su discurso, el referido al papel de Estados Unidos como líder de la comunidad internacional. La idea de que los norteamericanos no pueden protegerse por sí solos ante el odio y la violencia de sus enemigos y de que la cooperación con los aliados en la lucha por los objetivos comunes es imprescindible augura una etapa sin decisiones unilaterales, en la que -lo dijo expresamente- se ha de superar el falso dilema entre libertad y seguridad. El mundo estaba pendiente ayer de la ceremonia de Washington, y la primera impresión es que estos fastos son el preludio de una nueva etapa en el devenir de la humanidad. No hay que esperar una revolución, pero sí es legítimo abrigar la esperanza de que habrá cambios y serán para mejor. Quizás, pasados los años, los hechos vengan a confirmar que las palabras de ayer merecen ser preservadas en la memoria colectiva como la expresión verbal de un momento histórico.
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