La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La lluvia en Sevilla merece la fundación de una academia seria
Las ciudades son organismos vivos con una enorme capacidad de asimilación. Sevilla lo ha demostrado con las dos grandes polémicas urbanísticas de lo que va de siglo, la de la las setas de la Encarnación y la del rascacielos de la Cartuja. Los dos edificios están hoy integrados plenamente en el paisaje de la ciudad y parecen enormemente lejanas las encendidas controversias que provocaron los proyectos, la construcción e incluso su puesta en marcha. De ser mamotretos inútiles y carísimos, fuera de la escala de la ciudad, han pasado a símbolos de una nueva Sevilla que es capaz de integrarse con la de toda la vida o, por lo menos, no romperla. Por supuesto, seguirá habiendo muchos sevillanos que denigren lo que se hizo en pleno centro de la ciudad y en la isla de la Cartuja. Argumentos no les faltarán para demostrar que si nunca se hubiera hecho la ciudad no habría sufrido grandes perjuicios.
Pero, salvando circunstancias de costes disparatados, como en el caso de la setas, o de afectación al paisaje simbólico de Sevilla con la altura de la Giralda como canon, en el caso de la Torre Sevilla, lo cierto es que están ahí, convertidas en iconos que le dan personalidad a Sevilla, si bien es cierto que es una personalidad que se aleja de los estereotipos más clásicos en los que siempre se ha reconocido. Las setas forman ya parte del paisaje que sirve para vender Sevilla fuera de nuestras fronteras. No hay ni una sola guía que no las cite como uno de los lugares arquitectónicamente más interesantes y por las que hay que pasar en una visita turística. De hecho, sirve de contraste con la zona histórica formada por el entorno de la Catedral y el Alcázar, y abre al visitante una Sevilla más cosmopolita. En su entorno han proliferado bares y restaurantes que se identifican con una ciudad más moderna. Los sevillanos también han hecho suyo el recinto, que ahora es el lugar habitual en el que se convocan concentraciones populares o manifestaciones de lo más diverso.
Por lo que respecta a la Torre Sevilla, es el exponente de una nueva milla de oro que conjuga el rascacielos de oficinas y hotel que ha logrado ocupación plena, un centro cultural de la importancia de Caixafórum y un gran centro comercial que ha encontrado el favor de los sevillanos. En definitiva, el proyecto, no exento de megalomanía, que puso en marcha Cajasol y que tuvo que terminar Caixabank ha pasado de ser un problema a una oportunidad y hoy es un éxito que ha servido para integrar en la ciudad una zona muy próxima al centro con la que no se sabía muy bien qué hacer.
Es una nueva Sevilla que se abre paso, con dificultades y a trompicones, pero que ha llegado para quedarse.
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