¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Maneras de vivir la Navidad
Antes apenas se veían negros en Sevilla. De hecho, recuerdo perfectamente el primero con el que me topé, siendo aún un niño. Fue en Plaza de Cuba e iba perfectamente vestido, con uno de esos trajes de tres piezas y pantalones acampanados que se llevaban en los 70. Los negros suelen ser unos tipos elegantes, pendientes siempre de ir maqueados, con gusto por los colores vivos y llamativos; también caballerosos y sportmen, como se suele comprobar en los Mundiales de fútbol. El de Plaza de Cuba, que también llevaba un maletín de piel, debía ser algún militar, un buffalo soldier de las bases de San Pablo o Morón (la cuota de Sevilla en la Guerra Fría) o un diplomático de Guinea, la antigua colonia española que llegó a tener escuadras juveniles de afrofalangistas, con camisas azules y pantalones cortos, como si estuviesen en el campamento del Frente de Juventudes de Chipiona.
En general, la historia de la negritud sevillana ha sido siempre una gran desconocida para el público. Contra esta amnesia lucha el gran bardo de los morenos hispalenses, Jesús Cosano, rescatador de mil y una historias en las que se mantiene vivo el recuerdo de aquellos hombres y mujeres que apenas dejaron rastro pese a su persistente presencia en la urbe. Por Cosano, que se inició en la afrofilia gracias a su temprana amistad con Santiago Auserón y que tuvo el honor de servir de cicerone a Miles Davis, muchos hemos podido saber de las increíbles peripecias de los africanos hispalenses en libros como Hechos y cosas de los negros de Sevilla o Las negras de la Inmaculada; historias llenas de vida, dolor y esperanza de aquellos que, como canta Borges en una milonga, "De su tierra de leones/ se olvidaron como niños/ y aquí los aquerenciaron/ la costumbre y los cariños". Ahora, la buena nueva es que Cosano saca un nuevo volumen, Las negras de la mar, con otra buena ración de negrerías, como las de Catalina de Soto, "la primera aguja de España"; Magdalena de la Cruz, que fue esclava en el convento de la Merced, donde hoy se ubica el Museo de Bellas Artes; o Gonzalo Núñez de Sepúlveda, gran defensor del dogma concepcionista y acaudalado traficante de personas. Fue Fernando Iwasaki, también gran conocedor de las viejas costumbres de los prietos hispanos, el que nos dijo un refrán de su tierra natal: "En Perú, quien no lo tiene de inca lo tiene de mandinga". En Sevilla, sin llegar a tales extremos, algún que otro zorongo se entonó y ahí está Cosano para recordarlo.
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