La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
DE POCO UN TODO
LLEVO todas las fiestas leyendo novelas románticas o sobre ellas. Ahora estoy con Emma, de Jane Austen, llegando al final, cuando cada oveja encaja con su pareja y los nubarrones se disipan, dejando de su paso apenas un delicioso olor a tierra húmeda y a fértil primavera… Ya saben. Además, estaba traduciendo los Aforismos a destiempo, de Logan P. Smith, cuando me encontré con esta confesión emocionada: "De todos los temas de las novelas románticas el que yo prefiero es un matrimonio, sin amor en apariencia, entre un héroe y una heroína, almas nobles, que realmente se adoran, pero que son demasiado orgullosos -profundamente orgullosos- para reconocérselo; hasta que de repente, tras años de heladas aunque correctas relaciones, la llama de su mutuo ardor se enciende, y ellos caen al fin (mientras yo me desvanezco de placer) en el paraíso de un abrazo". Para redondear las casualidades, en el último libro de Wislawa Szymborska, hay un poema, titulado Consuelo que versa también sobre las novelas de amor. En concreto, sobre lo que a Charles Darwin le gustaba leerlas.
La perspicaz Premio Nobel polaca sospecha que Darwin descansaba así de tanto determinismo evolutivo y despiadada selección natural y predominio del más fuerte. En cierto sentido, nada menos natural que el amor, donde el egoísmo brilla por su ausencia. Darwin tendría que disfrutar de lo lindo, lógicamente. Casi tanto como yo.
Las novelas de amor presentan una ventaja añadida en estas fechas. Se desparraman ahora demasiados deseos vagos, facilones, de amor y de felicidad. Las novelas, con sus cientos de páginas, son un antídoto eficaz. Nos recuerdan que el amor tiene densidad y peligro, y que requiere cierto esfuerzo. "El amor, señores, no es un eslogan", advierten con su peso y su volumen los grandes novelones decimonónicos.
Otro aspecto interesante de las novelas es que suelen ser varias las parejas a un tris de fracasar o de fundirse en un abrazo. Se nos señala con sutileza que los sentimientos tienen una importante dimensión social. Aunque uno, monógamo, ame sólo a una, late misteriosamente una secreta solidaridad entre todas las parejas. Por eso hay épocas y ambientes en los que amar es más sencillo o más difícil o prácticamente imposible, según.
Yo quisiera desearles para este año que empieza mucha felicidad y amor, como está mandado, pero no en plan tarjeta navideña, sino como si de un novelón de trescientas sesenta y cinco páginas como mínimo se tratara. O sea, que les deseo un amor prolijo, prolífico, apasionado, intenso, resistente, que no duré sólo para las fiestas, sino todo el taco del calendario.
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