Nostalgia del futuro

Nuestra filosofía de vida se ha convertido ya en una burbuja como aquellos pisapapeles que traíamos de Londres y París

10 de junio 2024 - 01:00

Esta mañana andaremos ocupados en ver qué hemos votado los europeos. Si fuimos la excepción ibérica hace años –contra el euroescepticismo de algunos que culminó en el Brexit– ojalá lo sigamos siendo contra la ola reaccionaria y xenófoba de una ultraderecha que parece haber hecho perder la memoria a los conservadores que tan importantes han sido en la construcción de la convivencia. Para prepararme antes del domingo, además de artículos y debates, he acudido a mi devocionario clásico: Claudio Magris sobre todo. Ese europeo de la ciudad más extrañamente italiana, Trieste, este hombre que nos conoce porque se conoce. Y conoce la Historia. Hace ya diez años, cuando se cumplía el centenario de la Gran Guerra, la entonces flamante revista gallega Luzes le hizo una entrevista que ahora mismo sigue siendo clarificadora. El autor de la imprescindible El Danubio citaba a Karl Valentin –padre del cabaret alemán– para confesar que “hubo una vez que el futuro fue mejor”. Una desesperanza que desangró el mundo en 1914 y volvió a masacrarlo en 1939. De aquellos horrores nació una de las más luminosas acciones de los últimos tiempos, la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, aquella que en vano apela Antonio Gutérres desde la orfandad de una ONU a la que el poder con veto convierte en inane. Magris, que ama esta Europa de la que nos sentimos orgullosos –en las primeras elecciones Almuñécar puso un cartel en su entrada: Europa ya eres de Almuñécar– dijo ya entonces que parte del alma perdida se explica por la aparición de la “lumpenburguesia”, una clase media “brutalizada” que cobra su miedo contra un enemigo al que pueda mirar por encima del hombro. El filósofo Kalifátides, uno de los ensayistas más leídos en nuestro país, sueco de origen griego, lamentaba que bajo la belleza patrimonial e histórica de Europa bulle una inmundicia que puede enterrar para siempre los viejos valores que hicieron grande a un continente pequeño. Mientras China se hace dueña de la economía mundial y los poderosos Estados Unidos se devoran a sí mismos, la Europa de Fromm y de Rousseau, la de Adorno y Bertrand Russel, la de Homero y Márkaris, a pesar de todos ellos, prefiere buscar un chivo expiatorio frágil que indagar en el poder sin rostro de quien la ha colonizado mientras guarda los dineros en las Islas Caimán. Nuestra filosofía de vida se ha convertido ya en una burbuja como aquellos pisapapeles que nos traíamos de Londres y París. O no. O tal vez de la generación Erasmus se nos esté haciendo mayor un Pasolini, un Steiner, una Morante, un Fromm, una Weill o un Battiato que nos ponga a bailar como en la película de Nanni Moretti. O quizás El sol del futuro no sea un astro soberbio e imponente sino justo lo contrario: una suma de muchas voluntades que no quieren Guerra de las Galaxias ni –por guapo que sea– parecerse a Han Solo.

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