La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La lluvia en Sevilla merece la fundación de una academia seria
Es la rutina la que nos está salvando. Ella es la que nos salva siempre que la vida arrecia. Sin embargo, ningún valor de eficacia tan comprobada ha sido tan maltratado como la rutina. ¡Qué mala prensa (o más bien literatura) tiene! Como tantos otros bienes solo se aprecia cuando se pierde y, laboriosamente, se intenta reconstruir. Estamos a menos de dos meses de que se cumpla un año de vida bajo la pandemia. Se han rebasado los dos millones de muertos en el mundo, superamos los 600.000 en Europa y los 83.000 en España. Padecemos la tercera ola sin que remita el ascenso de contagios. Y la tan ansiada salida generalizada del túnel en verano gracias a la vacuna parece que, al menos entre nosotros, puede retrasarse como mínimo hasta octubre. Mientras los expertos avisan de la fatiga pandémica, del cansancio y la depresión tras tantos meses de malas noticias, contagios y muertes, alteración de la vida cotidiana, hundimiento de la economía, cautelas y miedo.
En esta situación, ¡qué nostalgia de nuestras rutinas! ¡Qué esfuerzos por intentar mantenerlas en la medida de lo posible! Solo el sufrimiento que la rompe le da todo el valor que se le suele quitar. Lo pensaba leyendo estas líneas de esa extraordinaria escritora, maestra del relato victoriano de fantasmas, que es Margaret Oliphant (1828-1897), de la que les recomiendo calurosamente sus magistrales La puerta abierta o La ventana de la biblioteca. En esta última, retratando a una anciana dama a la que en su vida le habían sucedido demasiadas cosas, escribe: "En la casa apenas ocurría nada… Era propiedad de mi tía, a la cual (decía ella que gracias a Dios) no le sucedía nunca nada… Su vida era una rutina nunca quebrada… Ella decía que esa rutina era el mejor apoyo posible y una especie de salvación". Oliphant sabía de qué escribía. Su vida, tras enviudar joven, fue una constante lucha para sacar su numerosa familia adelante mientras iba perdiendo a todos cuantos quería. Cuando en 1894 murió el último de sus seis hijos la luchadora tiró la toalla y se dejó morir poco a poco.
Si, admirada y leída Oliphant, la rutina es una especie de salvación cuando las cosas vienen mal dadas. Un faro en un mar de arrecifes en una noche de tormenta. Un refugio de montaña cuando arrecia la nevada. Una ilusión de normalidad y un intento de poner orden en los muchos días difíciles que estamos viviendo.
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