La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La sanidad funciona bien muchas veces en Andalucía
En el mito clásico, Narciso era bello, brillante y joven. Todas las mujeres, y también los hombres, lo deseaban de una u otra manera. Pagado de sus virtudes, rechazó a una ninfa, pero lo hizo después de haberle dado a ésta pie a creer que él la correspondía. Ella languideció hasta consumirse de pena y abandono. La diosa de la justicia, Némesis, lo condenó por eso a ser esclavo de sí mismo y pagar eternamente su soberbia, o sea, el pecado de creerse superior. Némesis, de hecho, es hoy en nuestro diccionario "castigo o venganza" -de los dioses o simplemente de la vida- por el engreimiento, la fatuidad, la altanería, la vanidad humana. La penitencia de Narciso fue la de quien lanza un bumerán y se deja ir: donde las dan, las toman, de forma que el bello y gentil muchacho se vio castigado a estar para siempre ensimismado de sí mismo, mirándose embelesado en su reflejo en las aguas de un lago sereno. Aunque él ya nunca alcanzaría la serenidad, sino la obsesión consigo, y acabó ahogado en el fondo del propio lago, víctima de su pecado.
El narcisismo es una patología mental tipificada, pero también es un defectillo de andar por casa y bastante habitual. El narciso corporativo, político, pandillero, familiar, de gimnasio o en las redes sociales sufre y pierde contacto con la realidad al sentir una admiración incontenible por él o ella mismos, por sus logros verdaderos o inventados y finalmente creídos. En realidad, es la carencia, y no sus virtudes, la que le mueve a la ostentación, a la demostración permanente de sus capacidades o su hermosura, a las cuales, finalmente, no guarda agradecimiento, sino que nunca son a sus ojos suficientes. El pelota es un gran cómplice del narciso, es un poco su camello de cabecera. El abducido -la ninfa de turno- también es catalizador de la enfermedad del narciso: entre ambos se da una variante de lo que hoy damos en llamar una "relación tóxica". El memento mori -"recuerda que eres mortal"- que un esclavo susurraba al oído del césar de turno que entraba triunfante en Roma es un calmante o preventivo del narcisismo. Un buen amigo debe valer para tal función higiénica, no hacen falta siervos.
Narciso de la semana, si no del cuatrienio o, apostaría uno, de su vida entera: Donald Trump. El daño que infligen los narcisos a su entorno, si manejan poder, puede ser incomparable al que el narciso se endiña. Lo malo es que paguen muchos, los miembros silentes de un país en tantas cosas admirable. No es lo mismo ahogarse por la propia tontura que llevar a la vergüenza a todos tus compañeros. Y a ti, el primero.
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