La lluvia en Sevilla
Carmen Camacho
Multicapa
Tenía planificado un artículo a la vez sesudo, político y arriscado para hoy. Pero lo malo es que lo tengo que escribir hoy (o sea, anteayer por la noche) y tengo (tuve) un día gafado. Recogí la cocina, pero mal, metiendo lo que ya estaba limpio en el friegaplatos y entonces no cupo casi nada de lo sucio. Hace unas semanas, nos dieron una tarjeta nueva para el aparcamiento y harto de confundirme con la vieja, que aún estaba en la guantera, tiré… la nueva. Se me coló una errata en el artículo. Eso no es novedad, no, pero la errata estaba en una frase en alemán, que, por lo visto, hace las erratas muchísimo más graves. Bajamos a la playa. Antes uno sólo debía saludar a los veraneantes, porque los indígenas nos teníamos muy vistos, pero, tras el confinamiento, encontrarte a un vecino de tu calle conlleva grandes dosis de sorpresa y alborozo. Me preocupaba porque tenía que recoger a mi hijo y el tiempo se me echaba encima. Pero cómo no exultar al ver a uno, a otro, a otro, a otro. Una vieja amiga que se llama Irene, en mitad de los aspavientos del reencuentro, me preguntó tímidamente por qué la llamaba Inés. Al desaparcar, con los nervios heteropatriarcales le di un meco a otro coche. Llegué tarde. Mi hijo esperaba lejano y solo. Por la tarde, en mitad de misa me di cuenta de que había olvidado la mascarilla.
Si hoy me meto en un artículo complejo es seguro que meteré la pata. Llevo todo el día haciéndolo y habrá habido otras pifias en las que ni haya caído, que son las peores. Podría enfadar a todo el arco parlamentario si en un día gafe ensayo sutilezas.
Así que hago mutis por el foro, trastabillándome, contando mis tropiezos. Mi mujer tiene la teoría de que las desgracias ajenas dan mucha risa a los demás. Ésa, afirma ella muy seria, debe de ser la única razón para que haya gente que piense que yo tengo sentido del humor. Confesar esta observación de mi mujer quizá sea la metedura de pata que me estaba acechando desde que me puse a escribir, porque ni la deja bien ni deja bien a los que se ríen conmigo. Pero conste que Leonor lo dice con el máximo agradecimiento. "En vez de tenerme lástima", añade, "se ríen de ti y es muchísimo más agradable para todos".
Creo que quedan pocos caracteres pendientes hasta el final. Qué alivio. Podré irme a la cama no sólo con la certeza sino con la esperanza de que mañana será otro día. Aunque, para las doce quedan aún 45 minutos.
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