La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los caídos de la Sevilla de Oseluí
Televisión Española y de las JONS hizo una cobertura exagerada del despliegue de banderas y vítores retardatarios de un puñado de nostálgicos de Falange. No sé cuántas veces repitieron la imagen de un tipo fornido con el brazo extendido, imagino que cantando el Cara al Sol, esa canción cuyos fragmentos han titulado novelas de Juan Marsé o Antonio Hernández. Salió la ministra portavoz rasgándose las vestiduras anunciando castigos contra esta exhibición de apología del franquismo. Otra cortina de humo. Y van…
El franquismo es una antigualla cronológica como la piedra de sílex, el talayot o el miriñaque de la que sólo hacen apología estos nuevos cazafantasmas convertidos en inquisidores que ignorando los años que Marcel Proust dedicó a que se le escapara de las manos el tiempo perdido pretenden apresar el pasado, como si éste fuera una foto fija. Porque los oscurantismos pretéritos tienen más predicamento en estos safaris del revival que los oscurantismos presentes y, ay, los del futuro, que tan pronto convierte Cronos en pasado.
La comparsa del pasado se encuentra con la réplica de la chirigota del presente. Tan estrambóticas son esas muestras de fervor joseantoniano como las que con mayor complacencia del Santo Oficio muestran la hoz y el martillo o enseñas republicanas que sin ningún prejuicio ideológico y en el curso del tiempo que diría Win Wenders también son preconstitucionales. Y qué decir de los símbolos que exhiben grupos con representación parlamentaria que apoyan al Gobierno en muchas de sus votaciones y en el mar Rojo de los presupuestos. Feos groseros al jefe del Estado, insultos a los jueces, prietas las filas independentistas jugando al ratón y al gato con Sánchez y con Macron, un ridículo sólo comparable al balón que se le coló entre las piernas a Arconada en el Parque de los Príncipes en la final de la Eurocopa de 1984, el año de Orwell. Y de Borges.
No se puede hacer apología de algo que no existe. Si acaso el único franquismo que sigue vivo y coleando es el franquismo sociológico, y bien que lo saben los propagandistas del régimen. Los programadores de una televisión que conforma, selecciona, programa la realidad al servicio del que manda. Y sin arta de juste ni Reflexión y Cierre con músicas regionales o el Lago de los Cisnes. La Falange es tan irreal en estos tiempos como el comunismo, con la diferencia de que esta ideología se sienta en el Consejo de Ministros. Dos sueños antagónicos que se enfrentan en Madrid 1945, el último libro de Andrés Trapiello. Un facha en la jerga del neojacobinismo de bobos ilustrados, una categoría en la que meten a Savater, a Boadella, a Calamaro, a todos los que no les beben el agua en este cursi Leviatán donde ya nadie canta el Cara el Sol pero todos (y todas) dicen el mismo discurso, donde las Montañas Nevadas sólo salen en el mapa del tiempo. Vizcaíno Casas resucitó a Franco a los tres años. Este Poltergeist abigarrado va más lejos: lo quieren resucitar 48 años después. En el centenario de la aparición de Tutankamon. Y de Lola Flores, la Faraona.
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