La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La lluvia en Sevilla merece la fundación de una academia seria
En este breve recorrido vacacional, con intención de rescatar novelas de materia andaluza, debería hacerse también hincapié en autores que adoptaron una actitud de ácida crítica al narrar la vida social del sur. Recuperando sus títulos se rompe, además, con otro tópico muy extendido: que en la novelística sobre Andalucía prevalecen visiones costumbristas edulcoradas y repetitivas. Visiones de las que se excluyen los duros conflictos existentes y las vivencias negras de los andaluces de entonces. Y, en efecto, se ha publicado, en estos dos últimos siglos, muchísima novela interesada solo en argumentos idílicos y complacientes, en los que se abordan luchas y contradicciones de manera un tanto de cartón piedra. Pero también han surgido representantes de un realismo crítico y de un naturalismo -por asignarles clasificaciones cómodas- que produjeron obras testimoniales cargadas de censura social y de radicales denuncias. Quizás, por ello mismo, se ha marginado su existencia y apenas se conoce que el movimiento naturalista tuvo competentes continuadores en Andalucía. Entre otros, José López Pinillos Parmeno, que contó, en 1910, en Doña Mesalina, el asfixiante clima que el comportamiento espontáneo y libre de una mujer despierta en un pequeño pueblo. Y, un año más tarde, editó Las águilas (De la vida del torero), una narración taurina solo comparable al Belmonte de Chaves Nogales. De él se podría añadir que su novelita corta, Cintas rojas, constituye un texto determinado por tan extrema violencia, que solo resulta soportable gracias a la maestría de su escritura. A pesar de su brevedad, linda con la obra perfecta. Otro autor, José Mas, se mostró menos preocupado por cuestiones formales, pero ha dejado con La orgía, publicada en 1919, un certero retrato, escrito con arrojo y sin pudor, del tipo social del señorito calavera y aflamencado. Y, además, ha escrito una de los mejores enfoques internos proyectados sobre el campo andaluz, Luna y sol de marisma, en 1930. Ahí, sin olvidar el valor de los paisajes, descubre las terribles labores de los hombres que lo trabajan. Pero tal vez el atrevimiento de estas miradas críticas no hubiera sido posible sin el precedente del modelo realista de un maestro: Blasco Ibáñez. En 1905 publicó La bodega, que, a pesar de la particularidad del título, es un amplísimo mosaico de la conflictiva Andalucía de aquellos años. Antes de redactarla se informó minuciosa, concienzudamente. Y consiguió uno de los más vivos testimonios de estas tierras. Si la leen comprenderán por qué lleva tantos años sin apenas circular, silenciada.
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