¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Capitanía y los “contenedores culturales”
PASA LA VIDA
LOS hagiógrafos de Monteseirín, Marchena y Celis, vocacionales hagiógrafos de todo aquel que ocupe el poder, a la sombra del Metropol Parasol han de enmendar las bobadas que pergeñaron sobre sus cualidades como gestores. Por ejemplo, los perfiles biográficos que hicieron de Celis cuando lo ascendieron a la Consejería de Obras Públicas. Elogiaban que había encarrilado la finalización de la nueva Encarnación. Sí, a costa de hacer descarrilar al Ayuntamiento y a Sevilla.
Los tres mosqueteros del Metropol Parasol no pueden acusar a los miembros del Consejo Consultivo de Andalucía (elegidos bajo la égida socialista) de ser retrógrados o inmovilistas por desmontarles las mentiras y los dispendios apuntalados en la Encarnación. Los habitantes de tantos barrios que nunca son la prioridad presupuestaria, indignados con el faraónico sobrecoste de un complejo edificio iniciado sin garantías técnicas indiscutibles, no pueden ser tildados de voceros del lobby del ladrillo por denunciar dónde ha dilapidado este gobierno municipal los dineros amasados con el nuevo PGOU. El intento de convertir el proyecto de la Encarnación en un pulso entre progres y reaccionarios ya quedó desenmascarado hace mucho tiempo. Los manidos debates sobre futurismos y regionalismos ya no tapan el verdadero problema, el gran escándalo. El Metropol debe ser el mausoleo de una ominosa forma de hacer política arruinando a una ciudad y embarcándola en un proyecto mal planteado, que no es imprescindible y cuyos errores se agigantan con tal de no reconocerlos. Por soberbia o por intereses inconfesables.
Los historiadores no tienen que esperar a 2050 para contar que, a comienzos del siglo XXI, y en el corazón del casco antiguo, la gran obra de ingeniería, el hito de la modernidad, debió acometerse en el subsuelo: llegar con el Metro a la Encarnación para revolucionar la movilidad y el equilibrio entre el centro y la periferia. Pero se impuso un monumental fallo de percepción: la panacea era dotar a Sevilla de un mirador. ¿Quién le graduó las gafas a estos lumbreras?
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