La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los calentitos son economía productiva en Sevilla
Ojo de pez
El otro día charlé un rato con el filósofo cordobés José Carlos Ruiz y él me contaba cómo uno de los miedos que con mayor éxito se han consolidado en la sociedad contemporánea es el miedo a un mundo sin futuro. Hoy día, me contaba, es muy difícil encontrar proyectos más allá del medio plazo, ya sean personales, familiares, empresariales o nacionales, porque en realidad nadie tiene claro qué va a suceder de aquí a una década. Rumiando sus palabras durante los días siguientes, establecí una conexión clara entre esta diagnóstico y la inestabilidad sociopolítica y cultural, con gobiernos cada vez más breves y retos que reclaman una atención urgente y que, sin embargo, no sabemos resolver: sin garantías de perdurabilidad, sin bases sólidas desde la que crecer, la abstención a la hora de jugarse el tipo resulta razonable. Pero también se puede establecer una interpretación, digamos, moral: a tenor de la misma inestabilidad, los proyectos necesarios, los oportunos, los que contribuyen al crecimiento de cada uno y de todos, los buenos en el buen sentido de la palabra bueno, tendrán las de perder frente a la promoción de lo efímero, de la indolencia, del servilismo, del vacío, de la pasividad abúlica, de la dependencia de la masa y del mismo miedo. Si las raíces no encuentran suelo firme, el árbol se pudre sin remedio.
Ahora, el anuncio del cierre de la revista Mercurio, referente imprescindible del fomento de la lectura en España, viene a darme un poco la razón en mis inútiles cábalas. Si el del próximo mes de abril resulta ser su último número, habremos perdido una extroardinaria herramienta, de capacidad bien contrastada, para la consolidación de una amplia comunidad lectora en toda España. Y cabe recordar que esta herramienta se factura en Andalucía, al abrigo de la Fundación Lara y bajo la dirección de Guillermo Busutil, con lo que la pérdida revestirá, si nada lo remedia, matices aún más dolorosos. A lo largo de sus veinte años de andadura, Mercurio se nos ha hecho imprescindible a muchos: yo mismo admito, y lo admito con orgullo, que mi formación lectora tiene mucho que ver con la revista; además, cuando he publicado mis libros he encontrado un apoyo decisivo en sus páginas a través de reseñas que tanto han contribuido a hacer de mí un escritor. Pero no basta con decir gracias. Es que no quiero que se acabe. No se tratará de echarla de menos, sino de acusar la mutilación. Como si un amigo tuviera que marcharse para siempre.
Tal vez si Mercurio perduraría si se dedicara a algo más banal. Pero descuiden: el amor a los libros no muere tan fácilmente.
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