La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Más allá de la voz de la Laura Gallego
La lamentable visita al Vaticano de la lamentable vicepresidenta del Gobierno de España, en la que todo fue puro dislate y ridículo, desde la causa que la motivó a la apariencia de la señora, tuvo apenas veinticuatro horas después un corolario simplemente vergonzoso: la Secretaría de Estado vaticana se vio en la precisión de rectificar la versión gubernamental, tal como había sido recogida por los medios de comunicación españoles y por el propio PSOE. El relato de Carmen Calvo sobre su conversación con el cardenal Parolin no es que sea inexacto, es que es mentira, ya que éste, según la nota vaticana, "en ningún momento se pronunció sobre el lugar de la inhumación". No pudo haber, por tanto, un acuerdo sobre la colaboración de la Iglesia para impedir que Franco sea enterrado en el espacio adquirido por su hija en la catedral de la Almudena si ese fuera el deseo de la familia, tal como Calvo dejó caer e hizo creer, pues aún resulta difícil imaginar que toda una vicepresidenta del Gobierno pueda inventar tan descaradamente en asunto semejante. Nunca antes se había producido una rectificación vaticana tras un encuentro de este nivel, pero es que, como ha sentenciado Santiago González en El Mundo, "el PSOE de ¿Sánchez? se ha convertido en una máquina de intoxicar".
Este Gobierno de soberbios incapaces, que ideó hacer de la exposición al ludibrio público del cadáver de Franco la medida estrella para arrebato y éxtasis de las masas de nuevos milicianos rogelios excitados por el manejo sectario del BOE, se ha ido metiendo en un lío del que sólo puede salir descalabrado y con el ya menguado prestigio por los suelos. Si este Gobierno no estuviera compuesto por una inverosímil colección de sectarios obsesivos, mentirosos compulsivos y corruptos acostumbrados a que la vida no les pase factura por sus ideas descabelladas, sus mentiras y sus corruptelas, ya habrían comprendido que todavía están a tiempo de evitar el convertirse en el hazmerreír de medio mundo. Bastaría con que dejaran ellos mismos de agitar este asunto entre macabro y astracanesco en los medios para que en tres meses nadie se acordara de ello -como de hecho sucedió durante más de cuarenta años-, sobre todo teniendo en cuenta los problemas que nos acosan y sobre los que cabalgan de fracaso en fracaso. Sería, sí, una promesa incumplida. Otra, pero ¿le importa eso a alguien?
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