Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
La tribuna
EL siglo XX se caracterizó por un enorme desarrollo de medicamentos que, junto a la potabilización del agua y el invento del frigorífico, han hecho que, en menos de un siglo, el ser humano doble su esperanza de vida respecto a toda su historia.
Especialmente a partir de la segunda mitad del siglo pasado, una enorme cantidad de moléculas han pasado a formar parte del arsenal terapéutico, convirtiendo a éstos en armas imprescindibles para combatir la enfermedad, además de ser el recurso sanitario más utilizado y económico de los que existen.
Los medicamentos han contribuido a aumentar esa esperanza de vida, pero su mayor aportación ha sido cronificar enfermedades que antes se consideraban incurables. Como consecuencia de este nuevo escenario, se vive más años, pero a costa de tener que tomar más medicamentos y durante una mayor parte de nuestra vida.
A pesar de sus grandes cualidades, los medicamentos no han conseguido hasta la fecha curar por el mero hecho de tomarlos. Cuando una persona toma un medicamento, entran en contacto una sustancia química con una entidad fisiológicamente compleja como es el ser humano. Y esta interacción tiene unas consecuencias impredecibles, que necesitan del seguimiento de dicha terapia farmacológica para verificar que se han conseguido los resultados deseados, o por el contrario, hay que intervenir para reconducir el tratamiento.
Este es el objetivo del seguimiento farmacoterapéutico, novedosa actividad asistencial que trata de evaluar la farmacoterapia en sus resultados, para asegurar que los pacientes toman los medicamentos más adecuados, que estos alcanzan las metas previstas y que no causan efectos indeseables.
La necesidad de esta práctica asistencial queda fuera de toda duda, porque los costes sanitarios y económicos que producen los malos resultados de los medicamentos, ocasionan un gasto enorme a los sistemas sanitarios. Ya en 1995, se estimó en Estados Unidos que los medicamentos que no alcanzaban sus objetivos, producían unos costes adicionales en nuevos recursos sanitarios por utilizar, bajas laborales y alargamiento de las estancias hospitalarias, que superaban los 76 billones de dólares (más del doble de los se habían empleado en la adquisición de medicamentos), y esto aumentó en 2001 a 177 millones. La enfermedad silente de América, tal y como la denominaron, provocaba más de doscientas mil muertes al año en Estados Unidos, y era causante del 4% de los ingresos hospitalarios y del 40% de los costes sanitarios prevenibles. En España, se ha medido que una de cada tres consultas en los servicios de Urgencias de nuestros hospitales era debida a un problema relacionado con los medicamentos, la mayor parte de los cuales era evitable.
Para hacer frente a este desafío, los farmacéuticos han desarrollado esta prometedora tecnología sanitaria, de cuya adecuada implantación se debe esperar una mejora de los resultados en salud de los medicamentos, evitar sufrimiento innecesario a los pacientes y añadir más eficiencia a las siempre necesarias inversiones en salud.
Esta práctica asistencial tiene todavía un largo trecho de camino por recorrer, porque las Facultades de Farmacia deben adaptarse a estos nuevos retos que surgen, y porque los nuevos profesionales que han de capacitarse para ello, deben encontrar el lugar en el que ejercer esta actividad asistencial, y que esta pueda integrarse en coordinación con el resto de profesionales sanitarios que integran un equipo multidisciplinar. La tarea no es fácil, y se requieren esfuerzos de adaptación tanto desde dentro de la profesión farmacéutica, como de la adecuada comprensión de esta práctica de otros profesionales, en especial los médicos.
Las experiencias que hay en otros países como Estados Unidos revelan que el Pharmaceutical Care, tal y como ellos lo definen, produce indudables beneficios asistenciales a la población y ya lo están integrando en la cartera de servicios del sistema sanitario.
España goza de legislación que refrenda esta práctica asistencial, tanto en el ámbito estatal como en el autonómico, con la reciente Ley de Farmacia de Andalucía. Además, hay una intensa actividad investigadora en este campo tan reciente, y buena prueba de ello es la celebración ya de la sexta edición del Congreso Nacional de Atención Farmacéutica, que tras el verano, va a reunir en Sevilla a la mayor parte de los expertos mundiales de este prometedor campo asistencial y de investigación.
Por segunda vez, Andalucía va a convertirse, tras el Congreso de Granada de 2003, en la capital mundial de una joven tecnología sanitaria, y que pronto debe convertirse en un derecho para la salud de todos los ciudadanos que cada día toman medicamentos.
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